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Amanece, que es poco. Andalucía quizá tan sólo sea ese sueño que los andaluces llevamos dentro. Un sueño que se desvanece en la rutina de las administraciones, en los autos redactados en los juzgados de instrucción, en lo prosaico que resultan los mensajes y el eslogan; el pensamiento resumido a la brevedad de la propaganda política.

Somos hijos de nuestro tiempo, tiempos de forma y no de fondo, de continente y no de contenido, recuerden aquellos institutos que fomentaban el uso de las nuevas tecnologías sin una red de internet óptima que proporcionara a los alumnos los conocimientos que esta iniciativa, a priori, propugnaba; recuerden la defensa de la educación pública –como si la educación en sí, sin apellidos, no fuese un valor a defender- mientras, en el otro lado del río, el gobierno andaluz mantiene una deuda de seiscientos millones de euros con las universidades, ¿manifestaciones y movilizaciones desde los rectorados y demás movimientos estudiantiles? Ni están ni se les espera. Nos prometen una salvación de los justos que nunca llega. Todo es un tiempo verbal futuro, un “será” que nunca es, y al igual que Quevedo, empiezo a ser un fue y un es cansado. Un fue y un es cansado de tanto juicio final, de tanto edén, de tanto paraíso terrenal que es ciencia ficción en las cloacas del Parlamento.

Andalucía sufre un paro juvenil que obliga a hacer las maletas y a emigrar a un destino más próspero. Aquí no hay industria, ni vanguardia, ni progreso. El paro es un arma electoral, como otra cualquiera, los partidos lo utilizan como excusa para tomar el gobierno. No hay oportunidades que germinen un cambio, no hay empleo, privado o público, las condiciones leoninas para montar una empresa son alarmantes y en el ámbito de lo público las plazas y la oferta no se corresponden con la demanda. Frustra y anima al desencanto observar cómo familiares, amigos, personas que tienen nombres y apellidos más allá de la frialdad de las estadísticas dejan sus casas porque, claro está, su camino es otro: Madrid, Barcelona o Europa, en el mejor de los casos. Reitero lo que tantas veces hemos repetido, ¿para qué la autonomía? ¿Qué utilidad, qué eficacia alcanzamos al conseguirla? ¿Cómo podríamos aprovechar un instrumento cuyos fines aún no exploramos? ¿Carece el poder público de potestad para desarrollar ideas y levantar las alcobas de la sociedad andaluza?

La partitocracia, tantas veces citadas desde la crisis de confianza en los partidos políticos, es quizá otra perspectiva a reformar en el panorama que nos asola. El sistema de representación parlamentaria, cimiento de la democracia liberal, bajo ningún concepto debe ser sinónimo de mal endémico per se. No obstante, su revisión se hace necesaria cuando la representación se distancia del electorado y la apatía en el voto es una cualidad perenne elección tras elección. No podemos consentir el gobierno del menos malo.

En Andalucía, de manera más acentuada, tenemos partidos políticos de diferentes ideologías con objetivos y actitudes comunes, ¿cómo es posible? La diversidad, índice de la riqueza democrática, es un teatro de serviles marionetas que están, pero no son. Los líderes de los partidos con representación en el parlamento andaluz son meras estructuras de poder, están en su escaño porque la configuración del Estado autonómico así lo exige. No se trata, pues, de una vocación ni de un servicio público al que tantos mencionan para asegurar su posición. No creen en el proyecto que tienen entre manos ni trabajan la tarea que se les encomienda.

No son personas designadas por un electorado que proponen metas y proposiciones reales. Son personas designadas por un aparato de poder, cuyo epicentro se encuentra a kilómetros de distancia, que intentan defender los intereses que dicho aparato de poder les confiere. Y, ¿en qué deriva todo esto? En la corrupción que no tiene luz en el túnel y en una falta absoluta de criterio en las propuestas que desemboca en un retraso social y económico que nos es de sobra conocido.

Podríamos hablar de Joaquín Durán y del despropósito que le proporciona ser director de RTVA, privilegios de sociedades que creíamos erradicas en un Estado de Derecho, podríamos hablar de las cacerías que pagábamos entre todos a aquellos que creen en postulados incuestionables y que agachaban la cabeza ante unos cuantos empresarios -¿les suena la película?-, podríamos hablar de las listas abiertas, de la ausencia de oligarquía en los grandes medios de comunicación andaluces, de la falta de infraestructuras, del absentismo escolar, de la productividad subdesarrollada en el sector agrario y en el campo andaluz, de la escasez de medios para atraer al empresario, de la posición de nuestras universidades, del mal uso del gasto públicos en tiempos pasados, de los corrales de la Utopía que terminan en el corral de la Pacheca…

Podríamos hablar de esto y más, sin embargo sólo hablaremos, en resumen, de una conclusión: la revisión y la reforma, el cambio, nace en uno mismo. Cada mañana, cuando amanezca, que siempre es poco, te asomarás a la ventana y te preguntarás ¿qué puedo hacer? Sólo así esta Andalucía que nos ha tocado vivir será la del hoy, la del ahora. Y mañana, qué narices, será otro día.

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