taburetes ossorio

“De aquí no me levanto”, suelen espetar mientras miran atrás con gesto de desprecio segundos después de que alguien educadamente les solicite poder pasar, como si esos centímetros cuadrados sobre los que se posa su silla fueran de su propiedad, como si, parafraseando a Fraga, la calle fuese suya y en ella pudieran hacer y deshacer lo que les dé la gana.

Así prosiguen su discurso, protestando por la privatización del centro que suponen las sillas de Campana y los palcos al mismo tiempo que hacen lo mismo con las pocas calles que quedan libres para los sevillanos de a pie: convertirlas en su coto privado haciendo corrillos a pie de loseta que imposibilitan cruzar la calle a cualquiera o el propio tránsito a nazarenos y penitentes, con un par, en un ejercicio de filantropía que deja muchísimo que desear.

No vayan a pensarse que mediante este artículo cuestiono o critico que la gente espere sentada a los pasos, ni mucho menos, no pretendo más que hacer un llamamiento al comportamiento cívico que se le presupone a la mayor celebración del mundo Cristiano, en la que, a día de hoy, los valores solidarios brillan por su ausencia a lo largo del recorrido procesional de las cofradías.

Hasta que todos y cada uno de los sevillanos no entiendan y acaten que tener una sillita plegable no supone apropiarse de un metro cuadrado de suelo que les da autoridad para impedirle el paso a cualquier ciudadano que quiera, voto por que se prohíban o incluso que se hagan hogueras con ellas en la Plaza Mayor. La doble moral inherente al mundo de las hermandades y cofradías vuelve a aflorar cada vez que una esquina o frente una recogida cuando, quienes tanto predican libertad, montan en una parcela reservada su propia Campana de los chinos.

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