Siempre supe que Francisco Javier Segura Márquez sería pregonero de la Semana Santa de Sevilla, desde que salí llorando de su pregón de Las Glorias lo supe y lo esperé, aunque no creía que tendría la suerte de que fuera tan pronto.

La que firma este graderío al fin puede explayarse en lo personal, que aunque en estos días  rubrique entrevistas, crónicas u otras piezas, la opinión personal tenía que venir aquí, a las gradas de la Metropolitana donde todo se comenta y se comparte. Salí de casa a buena hora, con un sol engañoso y más estrenos que en Domingo de Ramos. Por estas cosas de la moda, llevaba un anillo de inspiración cleopátrica con una serpiente dorada que se enrollaba en mi dedo… si lo llego a saber, lo mismo lo habría dejado en casa, pues este anillo, al aplaudir de sincero gozo y orgullo por el pregón de Francis, me ha hecho un cardenal que apunta a pasar por todos los tonos del atuendo de los purpurados.

Y es que ser mujer es duro, como cuando en el pasaje dedicado al Gran Poder en que el pregonero confesaba con humildad una falta que todos cometemos a diario, contuve mis ganas de llorar a mis anchas porque se me habría quedado la cara manchurreada de pintura. Ha sido un pregón que por más adjetivos que recibe a mí se me antoja indescriptible, el disfrute ha tenido mil elementos más uno; humor, dolor, fe, alegría, pena, twitter, teología, actualidad, tabernas, tradición, arte, tertulias, preguntas, sevillanía, cultura, calle, mucha calle, ritmo, luces, sombras, niños, mayores, sabores y sinsabores, experiencias… Ha sido un tiempo tan fugaz para un público que ha recibido tanto maltrato en años anteriores que casi resultaba increíble. Y sí, he dicho tiempo fugaz, me habría quedado allí escuchando a Francis media hora más, o una, o tres, o tres mil.

Y pasó lo que hace mucho que no pasaba, salí del pregón con unas ganas tremendas de Semana Santa, con sed de cofradías y ansia por beberme las calles, y en el templo más cercano entré, por ver lo que él había contado y allí estaba la Virgen de Guadalupe, magníficamente vestida por Bejarano, y el pregón lo impregnó todo, el poeta de Morales, la torrija de Ochoa y hasta la lluvia, que está cogiendo una desagradable afición por no faltar a actos cofrades. ¡Qué distintas estas ganas a las de aquél año que al concluir el pregón pensé en comprarme una segadora!

Lo he visto y escuchado un par de veces desde que salí del Maestranza, y serán muchas más, casi se me hace un mantra que tengo necesidad de repetir en esta semana. Francis es único pero a la vez yo me pregunto ¿tan difícil era? ¿era tan complicado para tantos pregoneros que pasaron por ese atril hablar de cosas que nos interesen a todos? ¿tan complicado era no provocar somnolencia al respetable?

Sea como fuere, hoy muchos se han reconciliado con el pregón gracias a un pregonero que le ha dado su sitio a las cosas y ha puesto cosas en su sitio, que cumpliendo con la definición más básica de pregón, nos ha hablado de una fiesta y nos ha invitado a participar de ella, y vaya si nos han entrado ganas ¿se puede pedir más? Yo, ahora mismo, no, salvo que complicado lo tiene el que venga el año que viene.

Cuando hago casi cualquier cosa con la mano derecha me duele por lo comentado del anillo, y al notar el dolor sonrío, me acuerdo del motivo de esa molestia y mil veces me haría daño otra vez por disfrutar de esa hora y media corta que nos ha regalado Francis Segura.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...