«¿Sabes qué? vamos a ir a desayunar a uno de los sitios más famosos de aquí ¡Vamos a desayunar serranitos! Te va a encantar, los ponen con su lomito fino, jamón del bueno y un alioli riquísimo que hacen los del bar este.»

Cuando mi amiga Ángela Valcárcel me propuso la idea, no me lancé a tildarla de loca, porque posee una mente prodigiosa en muchos sentidos, pero sí que reservé un par de segundos para extrañarme. Claro que alguna vez había desayunado serranitos en el Panarra, típica comida extraña después de una noche de copas y antes de echar un sueño mañanero… Pero nosotras acabábamos de levantarnos y aquello, como sonar, sonaba raro. Luego, la disipación veraniega me animó, y aunque podía haber pedido una tostada anodina, le hice caso y empecé el domingo con un serranito en el cuerpo.

A veces, ingenuamente, una cree que ha conocido cosas únicas en la vida, que casi son irrepetibles. Yo pensaba que me había comido el mejor gofre de mi vida en Bruselas, cerca del célebre monumento del niño meón, en una calle abarrotada de guiris como yo. Allí, sentada en el escalón de un portal, haciendo un esfuerzo titánico por no mancharme mucho, devoré aquella maravillosa combinación de calorías con plátano, porque la costumbre de aquellos contornos es añadir alguna frutilla, para compensar y equilibrar la cosa, digo yo. Viviendo del recuerdo de aquél gofre bruselano, pueden imaginar mi impresión al ver en Torremolinos una tiendecilla de Manneken Pis, la mismita que conservaba en mi memoria de otro país.

Podríamos decir que esta es la cara amable de la globalización, o eso me parece a mí; aunque no siempre sea una impresión general. A principios de Agosto, hacía cola como una gaditana más en el recientemente inaugurado Frityes, esperando media hora de reloj para comprar unos cartuchitos mientras mucha gente se preguntaba porqué un freidor sólo vendía patatas y encima, tenía esa bulla. No les quito razón, como sonar, suena a culmen de lo absurdo en una ciudad donde se come tan rematadamente bien, pero yo, demasiado apasionada por el Benelux, tenía que rememorar esos momentos de goce con la comida más típica de aquellas tierras, por estúpido que suene.

El bar Teba de Fuengirola es la otra cara de la globalización, lo que la literatura especializada llama glocalización; hacer de algo local una tendencia global, o al contrario, adaptar fenómenos globales a las características locales del lugar… porque… ¿no es desayunar serranito una forma de brunch a nuestra manera?

De hecho, debo confesar algo. Me gustaron las patatas y el gofre, no puedo negarlo… Pero por las mañanas, cuando me levanto, sólo hay un desayuno que eche de menos, que me muera por repetir, porque sí, en estos tiempos globalizadamente gilipollas en los que también soy una pieza insignificante yo, extraño ese brunch andaluz inigualable.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...