Para los que defendemos una Europa unida, los años de la crisis están siendo una dura agonía llena de decepciones y contradicciones. Por eso es tan ilusionante que, por fin, la Europa construida por y para el Norte haya recibido una respuesta contundente desde el Mediterráneo.

No pongo la mano en el fuego por Syriza, ni pienso dar lecciones sobre política griega, ni tampoco tengo una foto con Alexis Trispas (es posible que sea el único). No pienso tampoco generarme expectativas con el futuro de Grecia, ni pretendo que se cumpla un programa íntegramente de izquierdas, porque soy consciente de que el panorama es demasiado hostil como para hacerse ilusiones o enrocarse en exigencias.

Pero, más allá de todo eso, lo que no pienso es tener miedo ante las amenazas faroleras de quienes defienden una Europa asimétrica. El éxito de Syriza no va a desestabilizar el proyecto europeo, sino a enriquecerlo con una nueva voz hecha desde el Sur para romper con el monolítico discurso de la Europa alemana, con el que tantos y tantos dirigentes mediterráneos han estado tragando por incompetencia, servilismo y comodidad.

Desgraciadamente, esa actitud combativa y de defensa de derechos que se ha impuesto en Grecia con Syriza tardará en llegar a Andalucía, si se termina consumando el golpe que pretende dar Susana Díaz. Empeñada en seguir escalando, sabe que la inestabilidad de su partido y de Andalucía son dos caldos de cultivos perfectos para que la mediocridad se imponga. Da igual donde haya nacido, nadie representa mejor que ella la casta política: ese grupo de privilegiados políticos vitalicios que, antes que nada, defienden sus intereses y sus posiciones de poder.

La noche en la que toda Europa miraba a Grecia, precisamente esa noche, un domingo, la presidenta andaluza decidió filtrar la convocatoria anticipada de elecciones; y no lo hizo a cualquier medio, sino a ese grupo de comunicación al que tanto le debe. Ni para eso fue capaz de mostrar un mínimo de respeto a los andaluces.

Y con esta filtración se consumó una decisión que no por esperada, deja de ser poco explicable. Más allá de los discursos oficialistas que se traten de imponer, queda claro por sus movimientos que le fastidia Izquierda Unida porque no comprende sus ideas de izquierda y que le asusta tremendamente Podemos porque son los únicos que actualmente le pueden ganar una batalla dialéctica. (Al PP, como siempre en Andalucía, ni está ni se le espera).

Nada mejor, por eso, que plantear –a traición- un tablero hecho a su medida, en el que sus rivales se presenten, de inicio, descolocados. Total que, mientras Grecia comenzaba a jugar a la política de verdad, Susana Díaz aprovechó el domingo para dejarnos claro que en Andalucía se juega cuándo y cómo la presidenta quiera, porque ella casta no es, pero tonta tampoco.

De madre sevillana y padre granadino, nació en Almería en 1991. En 2015 se tuvo que marchar a la Universidad de Groninga para poder estudiar la Sevilla moderna de verdad (la del siglo XVI). Es, además,...