Desde pequeña cuando se acercaba la Semana Santa mi padre me recitaba un poema de un buen amigo suyo desgraciadamente fallecido, José Ortega Ezpeleta, Joselón, muy ligado a la Hermandad de Los Gitanos, mi hermandad de bautismo por entonces en San Román, y mi hermandad de reglas ya en el Valle desde hace más de una década.

Este poema, ‘Ángeles Morenos’, en la voz de mi padre así se evocaba y a día de hoy se sigue afortunadamente también evocando cuando se huele a canela y clavo:

“Ángeles morenos vuelan/ por la plaza de San Román/cuando llega el Viernes Santo/ y empieza La Madrugá”.

Vivir por Puerta Osario y que mis padres trabajaran por las inmediaciones de la calle Sol me hicieron desde bien pequeña admirar la talla de Fernández-Andes, aquella que con cruz a cuestas repartía a su paso salud y dejaba su marca en los corazones, muchos de ellos morenos pero también payos, que lo seguían o bien lo esperaban con jolgorio cantando bulerías en su plaza. Era el Señor de la Salud, pero desde siempre para mí Manué, como mi padre, quien me enseñó a mirarte.

Mi Semana Santa es un monográfico de Salud y Angustias, de Saeta y Arrorró, de Domingo de Ramos de Besamanos, de Lunes Santo de Viacrucis y traslado y de Madrugá gitana.

Pero el resto del año también. Me gusta visitarlos en su Templo Santuario en la tranquilidad que tiene un día cualquiera lejos de cultos y misas. Sin prisas ni aglomeraciones, para disfrutarlos en la soledad y hablar con ellos de mis cosas, hasta de las preocupaciones más mundanas, pues son también mi Padre y mi Madre.

No hago vida de hermandad ni hago estación de penitencia, una promesa me lo impide, así que para muchos no debo ser buena hermana, al menos no como se acostumbra. No obstante, Nuestro Padre Jesús de la Salud y María Santísima de las Angustias Coronada están presentes en mi día a día de mil formas, materiales y por supuesto espirituales, aunque soy persona de fe íntima, más de casa que de templo, de reflexión privada más que de multitudinario culto.

Yo me afano más en ser buena persona que en ser buena católica, porque entiendo que es la base de todo, y quizás ahí resida mi soberbia. Pero sé que mi Padre y mi Madre comprenden que es esto el pilar que todo lo sustenta y que desde la bondad y la humildad cualquier persona es digna de acercárseles.

No creo en un Dios castigador al modo Románico, sino en un Dios bondadoso que profesa su amor a todos los hombres, independientemente de su condición. Un Dios que perdona los pecados y que lejos de perseguir a homosexuales, quitarle derechos a las mujeres y castigar la igualdad de los hombres les tiende su mano y les ofrece su apoyo como si fueran los nuevos proscritos o leprosos de las Sagradas Escrituras.

Es este mi credo aunque no se ajuste estrictamente al discurso de la Iglesia de la que formo parte, y algunos se podrán rasgar las vestiduras con mis palabras pues es esto lo que yo veo en Nuestro Padre Jesús de la Salud y María Santísima de las Angustias Coronada: la igualdad de razas y de condición de las personas, la bondad que emana de sus miradas bajas y que desde la humildad nos recuerdan a todos la debilidad de ser hombres y el amparo en la más absoluta de las angustias, señalándonos la vida más allá de la muerte, recordándonos la importancia de las Lágrimas de Vida.

Seguiré siendo indigna de llamarme hermana de esta insigne Hermandad de los Gitanos a pesar de que en mi vida no haya resquicio alguno en el que no estéis presentes, Padre y Madre. Por eso esta mala hermana no faltará esta Madrugá, Dios mediante, como no lo ha hecho ninguna desde que me alcanza la memoria para buscaros en oración por Verónica, Campana o Almirante Apodaca.

“¿Que tú no los has visto nunca?/ Mira al cielo con fervor/ y verás morenos ángeles que acompañan al Señor”.

Y así es, Joselón.

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