Sembrar el justo odio y crearse una leyenda negra. Tal manual de instrucciones o se lo dan a uno o se lo labra, y el caso es que así obró Cesar González-Rusno: sembrar los justos odios y crear una pequeña leyenda negra que no es necesario traer a colación, pues quien quiera saber de ella solo tiene que leer sus memorias, Mi medio siglo se confiesa a medias. De lo más destacable es el prólogo, una delicia de Manuel Alcántara en la que desgrana la genial personalidad del dandy Cántabro, a quien le preguntaba su ayuda qué traje se pondría, respondiendo él que el otro. ¿Porqué elegir entre azules o grises si la vida tiene más colores dentro de los propios? La vida, solo la vida. Porque el Derecho no tiene grises, ya se empeñe el Constitucionalismo queer.
De crearse personajes nadie sabe hoy mucho, quizás los justos. Thomas Pynchon no concede entrevistas y nadie sabe cómo es su rostro desde los años 50. Eso sí, no rechaza aparecer en un capítulo de los Simpson con un guión escrito por él. Pynchon, el rey del absurdo, el ingeniero de Boeing. Los Agnelli, la anterior generación a la actual, la buena, desayunaban champagne y fresas de niños y vestían los relojes por encima de la camisa, y así muchos. Hasta llegar a mi favorita, Soraya de Persia. Se labró a golpe de dolor y copa su sobrenombre en un pueblo de pescadores venido a más en España después de que el Sha de todas las Persias la repudiara por no ser fértil: Miss Cune.
La princesa de los ojos tristes se ganó su apodo por un Rioja. Ricardo III daba su reino por un caballo, a la princesa de los ojos tristes le robaron el reino a cambio de vino. En nuestros días se triunfa si se dice que la mitad de la humanidad está desorientada, que los hombres estamos desorientados. Savonarola ha vuelto, ha resucitado, y todos debemos ir llorando fustigándonos tras de nuevos guías de la razón de género. Porque lo ‘de género’ es como la palabra ‘contenido’: está ahí, engloba la generalidad y parecemos más listos de lo que somos si decimos una cosa y la otra.
“Los hombres deberíamos iniciar un proceso que suponga la renuncia a nuestra posición de comodidad. Ello implica superar un modelo de masculinidad hegemónica que nos educa para el poder, la violencia y el dominio”. Esto no está escrito en los 70, está escrito hoy y quien lo firma ha acabado erigido como garante de una doctrina propia que nos deja a los hombres como esclavos del pecado original de ser hombres, y solo nos redimiremos siendo ‘aliados’. Y todos a llorar tras de este nuevo Savonarola. No cabe duda de que nada hay más machista que un hombre que se ha puesto un traje paternalista para enseñar a las mujeres cómo debe ser su feminismo y como debe ser el vivir de los hombres.
Uno se ha criado con el sentido común reinando en la puerta de salida de casa, como cualquiera. El personaje que más admiro es Amelia Earhart, porque tocó el cielo con las manos y porque no hizo caso a nadie cuando pretendían enseñarle que debía tener lo pies en la tierra. Que los hombres y mujeres somos imperfectos nadie debe enseñárnoslo. Que las mujeres son más inteligentes es una evidencia tan incuestionable como que el vino emborracha. Que eso tampoco se enseña, si no que se aprende en el devenir de la vida es de primer curso de vivir. Quien afirma que a los hombres se nos educa para la violencia, sin que quepa presunción iuris tantum, parte de una superioridad paternalista para enseñar a hombres y mujeres que recuerda precisamente lo que hay que desterrar y para lo que no hemos sido educados. No obstante, es respetable su proceder, respetable su libro y su tourné de columnas por las revistas masculinas españolas trufadas de frases rolling stone que a todos contenta. Porque contentar no es gustar.
En la noche, mientras escribo, veo Stromboli. Esta película siempre supuso algo especial para mi. Ingrid Bergman quiso trabajar con Roberto Rossellini, no él con ella. Ella lo eligió a él. Lo amó a él. Se enamoraron y tuvieron una hija en común en medio de sus respectivos matrimonios. Aquello supuso para ella que Hollywood le diera la espalda. Para él supuso poco negativo. Los directores de cine siempre se agarran al balcón antes de caer y se salvan, los italianos siempre caen de pie. En Estrómboli un pueblo habla a espaldas de un amor sospechoso, en esta vida algunos hombres ‘aliados’ hablan a espaldas de un vivir sospechoso.
No está el siglo XXI para que los hombres enseñemos a las mujeres que son superiores, no está el siglo XXI para reeducarnos partiendo de la base de que nuestras madres y padres estaban equivocados. No está el siglo XXI -en definitiva- para plancharles la ropa interior a las mujeres. Y si algún día me creyera con una autoridad moral suficiente como para enseñar a una mujer que soy su aliado -y culpable por pecado original- y no su cómplice, le agradeceré me despida elegantemente, cantando como Los Panchos,“Te juro que te adoro y en nombre de este amor y por tu bien te digo adiós”.