El pasado sábado 18 de Junio se cumplió el primer aniversario de la muerte del Premio Nobel de Literatura portugués José Saramago. Este no es más que el resultado de una conversación con el indeleble espíritu que tiñen las páginas de sus libros, artículos y conferencias.
– Los ciegos han estado expuestos durante tanto tiempo a la intensa luz del mundo donde viven que, finalmente, han distinguido las formas dibujadas a su alrededor
– Por ello usted hablaba de una ceguera blanca…
– En nuestros días, la discapacidad para ver más allá de nuestra propia experiencia no es producto de la oscuridad, de un vacío de insondable negrura, sino de los focos que encandilan nuestra mirada hasta el exceso, hasta convertirnos en seres que guían sus pasos por la búsqueda perpetua de los haces de luz blanca
– Como si de cazadores de espejismos duplicados se tratase
– Efectivamente, el concepto de identidad entronca con la similitud, la semejanza indisoluble. Por ello, cuando hablamos que algo es igual a otra cosa, lo catalogamos como idéntico. Este valor ha sido elevando a su máxima expresión con el fenómeno que Ortega y Gasset denominó ‘rebelión de las masas’.
– Por lo que nos encontramos en una realidad donde la diferencia es un elemento discorde dentro de un grupo uniforme.
– Siempre me inquietó la sensación de que, en cualquier parte del mundo, quizás en una ciudad próxima o en un país que visitase periódicamente, existiese mi hombre duplicado, ese que hiciese plantearme cuanto de ‘yo’ inédito existe en ‘mí’, y cuanto es producto de esa masa en la que, a pesar de todas mis reticencias, me encontraba inserto, perdido entre todos los nombres de personas con las que compartía más que un mero espacio físico
– Habla en pasado como si su muerte fuese el final de una existencia que perdura en el pensamiento de tantos seres.
– La doctrina católica (y no la del evangelio según Jesucristo) nos ha inculcado que cuando una persona fallece su alma migra inmediatamente a una instancia superior, cuando en realidad ningún espíritu desearía vivir alejado de todo lo auténticamente humano que lo hizo feliz y desdichado a lo largo de su paso por el mundo. A pesar de mi carácter blasfemo y díscolo respecto al tema religioso, aún no he podido desprenderme de esa mala costumbre de considerarme muerto.
– Incluso llegó a recrearse con la caprichosa actitud de la caricaturesca dama de la guadaña en sus habituales intermitencias laborales.
– Yo tan sólo quería demostrar que esta no obedece a directrices divinas, sacrificios o justicias de un Dios inclemente que enfrenta a sus hermanos para su propia vanidad. Como todo viaje, el fin termina por llegar, aunque el camino continúe.
– El viaje de un pesado elefante de apariencia implacable pero de dubitativo proceder…
– Así es el ser humano, al fin, contradictorio, atribulado con una naturaleza híbrida, desconcertante, capaz de enfrentarse con el prójimo por la misma tierra que les da cabida, usurpar la riqueza colectiva para su propio beneficio, al mismo tiempo que, por ejemplo, compone obras literarias exquisitas.
– Como la suya, valga decirlo
– Mi obra no es más que la conjunción del humilde campesino levantado del suelo que podría haber sido y el intelectual que nunca quise ser.
– Pero usted siempre se decantó por vivir fuera de la caverna
– Pero no por ello me considero un iluminado, pues la distinción de las sombras varían según la posición de quien las mira. Nada me certifica que viva al otro lado de la roca.
– Ni siquiera la lucidez de sus ensayos
– Prefiero llamarlos relatos de vida con una modesta intención divulgativa, nada más.
– Precisamente esa capacidad para explicar lo que usted percibe lo han encumbrado como una referencia intelectual ineludible para un mundo carente de ellas.
– Yo hablo para quien me quiera escuchar
– Y su voz parece haberse magnificado como un eco eterno en las calles de su país de adopción.
– El devenir histórico es a veces caprichoso. Sueñas durante toda tu vida con la revolución, y esta estalla cuando tus fuerzas ya han claudicado ante el inexorable destino. Mi espíritu, no obstante, permanece ligado irremediablemente a ese sentimiento de indignación y cambio que espolea nuestra sociedad, aunque yo ya no me encuentre en ella.
– Ese espíritu que parece residir también en lo más profundo de nuestras conciencias, como un etéreo fantasma que nos guía al igual que el ánima de Pessoa conducía a Ricardo Reis.
– Siempre me hallareis en mi obra y pensamiento. Cuando se olviden mis ideas, pues estas son, como todo en esta vida, mortales, dejaré de existir al fin, y es entonces cuando la muerte cobrará su particular deuda conmigo. Hasta entonces, permaneceré despierto, sin horarios ni obligaciones, sin citas ni conferencias, un interlocutor perpetuo con el que conversar en estos diálogos intermitentes, los que, de alguna manera, unen las fronteras difusas de lo real y lo imaginado.