Las plagas son propias del verano. El calor es el aliado idóneo para que ingentes comunidades de medusas, grillos, mosquitos y otros animales de diversa índole conquisten el espacio público con total impunidad. Los seres humanos, en un peculiar ejercicio mimético con la naturaleza, también tienden a adoptar estos patrones de comportamientos; por ello una rápida mirada aérea a cualquier playa de la costa española se nos asemejará más a un concurrido avispero que a un auténtico paraje natural.
Las ciudades, sin embargo, sufren un fenómeno inverso en la época estival y suelen quedar prácticamente vacías ante el temor de sus pobladores de ser succionados por el abrasador asfalto o el más implacable de los tedios. Aunque este verano es diferente. Como un castigo de dimensiones bíblicas, Madrid se ha erigido como el punto de confluencia mundial de una sorprendente plaga de jóvenes entusiastas unidos por su amor a ese venerable anciano de facciones siniestras y alma inmaculada.
Una de las características principales de este tipo de fenómenos multitudinarios es el enigma que encierra su surgimiento. Cuando alguien descubre que tiene, por ejemplo, hormigas en su casa, la primera pregunta que se le pasa por la cabeza es; ¿de dónde han salido tantas y en tan poco tiempo? La respuesta es un misterio insondable, tal y como ocurre con la masiva afluencia de jóvenes católicos a Madrid; pues, para ser sinceros, ¿quién conoce a más de una o dos personas que acudan a estas jornadas?
Puede que los círculos sociales sean muy diferentes, pero resulta difícil creer que estos cientos de miles de muchachos permanezcan recluidos en grupos de catecismo endogámicos lejos de la interacción cotidiana con el resto de infieles. O quizás disimulen con gran maestría y su peligrosa ortodoxia pase, a priori, desapercibida. La cuestión es que esta es su semana grande y aquí no impide su desfile ni Dios.
De poco importa que la capital de un país quede totalmente colapsada por rezos y crucifijos ocupando el espacio de todos (qué será de aquellos que reclamaban el desahucio violento de la Puerta del Sol por obstaculizar la libre circulación de la ciudadanía), o que buena parte de su financiación corra a cuenta de un estado sobre el que se cierne la amenaza de quiebra. Puede que mañana se aniquile el sistema de pensiones y pasado la salud pública, pero hoy España es el escaparate internacional de la beatería más apasionada.
Una demostración de fuerza eclesial, al fin, que deslegitima esa percepción de que todos los jóvenes son ‘ni-nis’ indignados que, o bien siembran el terror en las calles de Londres, o bien reclaman con insolencia una educación pública y gratuita en Chile. Hay futuro, pues, para una generación pura y casta que está llamada a perpetuar una institución corrupta, misógina, retrógrada y peligrosa para la salud de la democracia mundial.
La ciudadanía, pues, tiene dos soluciones; aislarse de la contaminación informativa de estos calurosos días para que su indignación no rebase los niveles del mercurio; o sacar a pasear el insecticida y hacer ver a la masa/plaga que no estamos dispuestos a permanecer impasibles ante las genuflexiones de políticos traidores (también denominados socialistas), los derroches de la administración pública y la propaganda, sufragada por todos nosotros, del catolicismo más rancio.
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