El Sevilla se estrelló de nuevo ante la portería contraria. Tuvo ocasiones y momentos de excelente fútbol en el primer tiempo, pero con tanto error acabó desesperanzado.
Por más fútbol que ponga el Sevilla sobre el tapete, los goles no llegan. Y si no llegan los goles no llegan las victorias y la bola de ansiedad que rueda por el césped del Sánchez Pizjuán se agranda de forma inevitable para irritación de un personal que, inverosimil, asistió este sábado una vez más a un ejercicio de frustración colectiva en toda regla. El Sevilla está pagando muy caro su falta de eficacia arriba. Ya son muchos los encuentros en los que se viene repitiendo la misma historia. Los de Marcelino se han quedado estancados en la clasificación, víctimas de su piedad con los rivales contrarios.
El diagnóstico es evidente. Ante el Espanyol el Sevilla incluso mereció ganar con holgura; como ante el Valencia hace unos días, volvió a cuajar una primera media hora fabulosa, creó un amplio ramillete de ocasiones pero otra vez se dio de bruces con la portería contraria y de tanto fallar acabó perdiendo la esperanza, incluso mucho antes de que acabara el choque.
La última jugada del partido simboliza claramente el estado de ánimo de un equipo que se ve negado arriba. Reyes a Perotti, Perotti a Luna, Luna a Reyes… y Teixeira Vitienes pita el final sin que ninguno de los tres envíe el balón al área, tal vez porque podían pensar, como la mayoría del respetable, que por mucho que se prolongara el partido no habría gol ni triunfo. La exasperación que se vivió en el campo fue cruda y real. Porque el Sevilla salió espoleado y trazó unos minutos de fútbol soberbio, con muchas llegadas, embotellando al Espanyol en su campo, sin darle opciones, gracias a una encomiable presión. La intensidad local era abrumadora.
Y las ocasiones cayeron como un torrente, participando en todas un José Antonio Reyes que regaló unos primeros 45 minutos de categoría. El propio utrerano la tuvo con un aparatoso remate cumplido el cuarto de hora. Tan sólo un minuto después hizo una pared con Negredo que acabó en servicio sensacional a Cáceres, pero el uruguayo falló ante Casilla. Otra vez Reyes dio un balón de gol, esta vez a Manu, pero no había manera. Tampoco tenía suerte Trochowski, que mandaba a las nubes un disparo franco… Pero lo peor llegaba en el 39, cuando Negredo desperdiciaba un pase milimétrico de Reyes, siempre Reyes, en inmejorable posición. Fue lo último destacable de una primera parte magnífica en la que sólo, que no es poco obviamente, faltó el dichoso gol.
En el segundo tiempo Marcelino cambió a Kanouté por Negredo. La variación de cromos tampoco surtió efecto, para empezar porque el equipo se apagó y cedió terreno. El Sevilla fue peligroso hasta que la gasolina le duró a Reyes, cuya presencia entre líneas había sido demoledora. El Espanyol, consciente de la carencia de puntería local, creyó en sus posibilidades. Thievy, que ya en el primer tiempo pudo marcar ante Varas, y más tarde Weiss transmitieron mucho peligro, así como Verdú, el cerebro de un equipo sin duda muy bien armado y que en todo momento da la sensación de saber lo que se hace.
El partido, en definitiva, entró en un terreno de nadie y ninguno de los dos equipos agarró de forma decidida la iniciativa, aunque en el último cuarto de hora los catalanes dieron por bueno el empate y el Sevilla fue el que de forma tímida, más con el corazón que con la cabeza, buscó el gol. Lo buscó con poca convicción, con Kanouté en ocasiones excesivamente alejado del área y con poca intención, atacando más por inercia que otra cosa. Aún así tuvo ocasiones, Perotti pudo marcar hasta dos veces y sobre todo Reyes, aprovechando su último aliento, rozó con un zurdazo desde el flanco derecho del área, la escuadra del segundo palo de Casillas. Pero no había manera.
El balón no entraba y tal vez no hubiera entrado si el choque se hubiera prolongado hasta la medianoche. El mal, que duda cabe, está en la pegada, en la finalización.
El Sevilla sumó un punto, que como mal menor rompe la dinámica de derrotas en la que se hallaba inmerso el equipo desde su visita al Ciudad de Valencia. Pero el empate ni siquiera es agridulce, porque los de Marcelino hicieron todo y más para llevarse de forma merecida el triunfo. En determinadas fases del juego rozaron la perfección sin ningún tipo de fortuna. En algún momento el balón tiene que entrar, es evidente.