Antonio Juviñá Valenzuela (Sevilla, 1967) decidió dejar su empleo, un negocio inmobiliario en el que se mantuvo durante 20 años, para dedicarse a una de sus pasiones: el incienso. «Yo estudié para aparejador, y fíjate cómo he acabado», cuenta. Hoy, siete años después de lanzarse a esta aventura, abastece de este material a más de 200 hermandades en toda la geografía española.
Cada una de ellas con su incienso personalizado y basado en la idiosincrasia e imagen de la hermandad. Detrás de cada incienso hay decenas de horas de trabajo buscando el aroma perfecto para cada corporación.
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