La acción se nos presenta en un escenario triste, apagado. Detrás, una pantalla sitúa las acciones en el campo, en la ciudad o en los barracones de los trabajadores. Acompañan canciones como tristes caricias, bellas voces, sufridas, con alma. Y vídeos de animación que, a ojos de quien escribe, poco ayudan a veces al seguimiento de la realidad contada. Son éstos obra de William Kentridge, quien por primera vez dirige un espectáculo de títeres, gracias a esta compañía, con la que colabora habitualmente. En ésta, destaca enorme Hamilton Dhlamini: en el manejo de la marioneta de Woyzeck, el actor refleja en su rostro el dramatismo del ¿inerte? personaje. Particularidad de la obra es que los muñecos son manejados, unas veces, desde abajo -detrás de una pared- y otras veces frente al público.
Woyzeck, el triste emigrante, experimentará unos celos por su esposa que le conducirán a un fatal desenlace. La sociedad le ha hundido y recoge al final el resultado anunciado al comienzo de la obra: habrá muertos, todos los días traemos muertos, esos que hoy tanto gustan.