Pues si, por si queda alguna duda, por si dos segundos después de leer el título de esto alguien aún no lo ha entendido lo digo claro: Odio la Navidad; y me temo que durante un rato la voy a poner como los trapos; absténganse de leer personas con buenos deseos en estos días, “cuelgapapanoeles” de cualquier sitio, “poneluces” profesionales y esa gente que se atreve a ponerse astas de renos en la cabeza, como si aquí viéramos muchos renos en alguna época del año.
Mercedes Serrato. No es algo que yo me propusiera, durante mucho tiempo me preparaba a conciencia cuando estas fechas se acercaban, intentaba llenarme de ilusión, buenas intenciones y lo más importante, ganas, ganas de pasar estos días…
Pero parece que era el destino, las circunstancias o lo que fuera, con el paso de muchas navidades llegué a convencerme y mentalizarme; yo iba a ser de esa gente que odia estas fiestas. Puede que algún día, como en un cuento de Dickens se me aparezcan los tres espíritus (lamento no recordar exactamente como era eso) y me muestren las navidades pasadas, presentes y futuras, y entonces mi corazón se ablandará, me llenaré de un espíritu brutal de amor y paz y saldré a la calle como una gilipollas con buenos deseos para todo aquél que se cruce en mi camino…
Sinceramente, no me apena que no me gusten estas fechas, sólo me molesta la hipocresía, los buenos deseos de gente que el resto del año no te da un mal saludo, el bombardeo comercial, las luces, las canciones, las aglomeraciones…
Y no entro en los que usan como excusa esto de la navidad como un ejemplo y afianzamiento de la familia y sus valores, o esos ilusos que amparados en el Año Nuevo se llenan de espíritu de cambio, propósitos para mejorar su vida y miles de intenciones que el 13 de Enero estarán más que olvidadas…
Y no obviemos los mil aspectos mercantilistas de todo esto… Los comerciantes del centro de esta bendita ciudad, cada año aprovechan para quejarse de la iluminación, que si tienen que pagarla, que si la que pone el Ayuntamiento es triste… Sobre lo segundo me hace gracia, pues parece que los comerciantes ven a sus clientes como mosquitos, que sólo acudirán ante el reclamo de ciertos voltios; y sobre lo primero, Nueva York, que es célebre por muchas cosas, incluida su iluminación festiva, es un ejemplo de que en este aspecto la iniciativa privada es mucho mejor, ahora sólo tienen que convencer al señor Rockefeller de que venga aquí a encajarnos un arbolito gigantesco con ceremonia inaugural, o un nacimiento, que es más hispalense, donde va a parar.
Para colmo de mis males, me siento vieja, y no porque ya no haya Cortilandia, sino porque he comprado un décimo de lotería a medias con la gente del trabajo; gesto inequívoco de persona adulta…
En fin, beberé lo que me toque, felicitaré lo justo y compraré algunos regalos, que eso último es lo que menos me molesta… Apretaré los dientes y en algunos momentos, por no ser aguafiestas, sonreiré, hasta que al fin pase el temporal y volvamos a nuestras vidas, esas en que el amor, la paz y el calvo de la lotería ocupan un segundo plano.