Se cumplen 50 años de ‘La dolce vita’, obra magistral de Federico Fellini que inspira páginas de diarios y suplementos culturales, como inspiró siempre ensayos y reflexiones sobre el mundo de hoy que ya adelantó Fellini en este fresco histórico.

Miguel Ybarra Otín. Entre lecturas de cine hago un paréntesis firmado por Witold Gombrowicz sobre la crítica literaria, extensible supongo a las demás artes. El escritor polaco, ‘Diario (1953-1969)’, harto de los críticos de su país, reflexiona sobre la posición del crítico y la fuerza que a su voz da el medio de comunicación, no él mismo. Sugiere entonces: “Rechaza con rabia y con orgullo toda clase de ventajas artificiales que te proporcione tu situación. Porque la crítica literaria no consiste en que un hombre juzgue a otro (¿quién te ha dado este derecho?), sino que es un encuentro de dos personalidades con derechos exactamente iguales. Por lo tanto: no juzgues. Describe únicamente tus reacciones. Nunca escribas del autor o de la obra, sino de ti mismo en confrontación con la obra o el autor. De ti sí puedes escribir”.

Algo así hace, sobre sus libros favoritos, Aida Vílchez en su rincón de este periódico. Su experiencia, única e irrepetible, ante cada obra. Como la de cada uno de nosotros. Como la de quien escribe sobre ‘La dolce vita’ recordando un año de estudios en Italia, en las aulas, calles y cines de Pádova (Padua), en los trenes media hora hasta Venecia, varias hasta Roma…

De paseo despistado por via dei Lucchesi, aparecí de repente frente a la Fontana di Trevi. Monumental sorpresa. Mágica, era de noche. Poco tiempo atrás había visto la película y ahora, como volviendo a ver allí bañarse a Marcello Mastroianni y Anita Ekberg, sentí que ese país donde llevaba 6 meses comenzaba de verdad a formar parte de mí.

La clave fue encontrar frente a mis ojos, real, un pedacito ya visto de su historia. En las butacas del Excelsior, en clase de Storia e critica del cinema, había entendido la evolución del país a través de sus películas: tras la guerra ‘Roma ciudad abierta’ (Rossellini) y ‘Ladrón de bicicletas’ (de Sica); las ilusiones de un pueblo deprimido en ‘Bellísima’ (Visconti); los cambios de la mujer y la sociedad, la emigración al norte en la filmografía de Pietrangeli; la alegría en los personajes de Alberto Sordi,  el nuevo país de esta obra de Fellini y la realidad actual en títulos de Nani Moretti y tantos otros.

Hablando por teléfono con Sevilla escuché de fondo la sintonía de la Cadena Ser: en Pádova la vida no se narraba desde Madrid, se hacía desde Roma; el centro aquí era otro; el mundo, uno diferente; España era una realidad de las de un minuto en el telediario. ‘El Quijote’ era la ‘Divina comedia’ y la nostalgia tenía música de Lucio Dalla (canciones que durante toda la vida había escuchado y que ahora, de improviso, comprendía).

Marcello Mastroianni interpreta en ‘La dolce vita’ a un intelectual que deja la literatura por el periodismo: la crónica social en que se inmiscuye siempre delante de los pasos de Paparazzo, apellido del amigo fotógrafo que da hoy nombre a los caza-imágenes de prensa rosa, quienes comenzaban ya a pervertir el significado de “noticia”: siempre persiguiendo a personajes populares, tomando su privacidad, dolor y sufrimiento como espectáculo.

Allí Anita Ekberg interpretaba a una bella actriz, rubia y estúpida. Los periodistas le pedían opinión sobre todo tema y sus respuestas -sarta de lugares comunes- eran tan aplaudidas como sus gracias reídas. Esa rubia caprichosa, estrella de cine y televisión, hipnotizaba con su cuerpo como hoy las mujeres florero, con mínima ropa, a cualquier hora y en cualquier programa de la televisión italiana se prestan al papel de sonreír, lanzar un beso y jamás abrir la boca.

Esa televisión, casi enteramente en manos del hombre más rico y votado, rebosa estúpidas series y concursos, telediarios sobre asesinatos y accidentes, sonrisas del primer ministro y acusaciones del mismo al demonio vestido de Izquierda. La propaganda es a la democracia lo que la porra a la dictadura.

Sobre la televisión dice Umberto Eco que Mike Bongiorno (popular y entrañable presentador televisivo muerto el año pasado) hizo más por la unificación de Italia que el conde de Cavour. Cuando la televisión llegó a Italia en 1954 pronto llegaron las clases de italiano a la pantalla. El italiano es en Italia un idioma nuevo: muchos mayores no lo hablan en cada región, donde el dialetto propio no es una variante del italiano sino una lengua totalmente diferente: un veneciano y un napolitano no se entenderán si se dirigen uno al otro en el idioma de su tierra. El italiano, de hecho, es el dialetto florentino, de la tierra de Dante, Petrarca y Boccaccio, adoptado como lengua común de la literatura en el Cinquecento, pero no del pueblo hasta la llegada de la tele.

La tele que hace cierto lo que retransmite: una magnífica secuencia de la película muestra el “milagro” de los niños a los que se aparece la Virgen: llegan las cámaras, se estudian los planos y perspectivas y… “ahora llegan los niños, han dado permiso de Roma”. Llegan los niños. El pueblo se agolpa. Comienza la tormenta (uno de los enfermos que allí acude morirá) y entre los truenos y el griterío los pequeños corren de un lado a otro: “¡Allí está!” para afirmar luego ante todos: “ha dicho la Virgen que si no se construye una iglesia aquí no viene más”.

A Roma, como a Pádova, acuden tantos. El turismo religioso reporta grandes ingresos, las basílicas de San Antonio (Pádova) y San Francisco (Asís) pertenecen al estado Vaticano y en Pádova se exponen la lengua y los dientes del santo, que sigue trayendo a peregrinos: en distintas épocas, los restos de santos se los disputaban y repartían distintas ciudades.

A Pádova llegan también varios miles de estudiantes: su universidad es, tras la de Bologna, la segunda más antigua del país. De esta forma en la ciudad la fiesta está también asegurada y gran parte de las becas se pierde en cervezas y lambruscos.

Al final de la película, en la playa tras la última noche de fiesta, Mastroianni parece reflexionar cuando vuelve a cruzarse con la niña de la terraza en la que quiso volver a hacer literatura. Ella, entonces de blanco y ahora de negro, le llama y él, antes de negro, ahora de blanco, parece no entenderle y al final se da la media vuelta. Blanco y negro, literatura y borracheras, amor y fiestas. La niña despide el film con su sonrisa. Todo es, al fin y al cabo, lo que hace de ésta una dolce vita.

Ficha de ‘La dolce vita’

Dirigida por Federico Fellini.
Guión de Federico Fellini, Tullio Pinelli, Ennio Flaiano, Brunello Rondi.
Elenco principal: Marcello Mastroianni, Anita Ekberg, Anouk Aimée, Yvonne Furneaux, Alain Cuny, Annibale Ninchi, Magali Noël, Lex Barker, Nadia Gray.
Fotografía de Otello Martelli.
Música de Nino Rota.
Año 1960.
Nacionalidad italiana.
Duración: 174′.

Nota: ‘La dolce vita’ está en los fondos de las facultades de Arquitectura, Comunicación y Geografía e Historia de la Universidad de Sevilla.

Próxima crítica: ‘Lejano’ (2002), de Nuri Bilge Ceylan. Maravillosas imágenes de Estambul nevado en esta joya del director turco.