Sevilla es una ciudad con miles de historias curiosas que se deben a su larga historia a lo largo de los años. Es el caso de una calle que se encuentra muy cerca de la Alameda de Hércules, y es la calle Hombre de Piedra. ¿Por qué tiene esa vía ese nombre tan curioso?
El nombre se debe a un busto de mármol con forma de hombre situado a la altura del cruce con la calle Medina. En el libro Noticia histórica del origen de los nombres de las calles de esta ciudad de Sevilla (1839) del historiador y cronista sevillano Félix González de León, aparece lo siguiente sobre la calle:
«Calle del Hombre de Piedra. Pertenece al cuartel C. y á la parroquia de san Lorenzo; se nombra así por una estatua de mármol, que sostenida por una argolla de fierro, está en una pared en medio de la calle, en lo que fué esquina de la calle del Arquillo de las Roelas antes que se tapiára; cuya estátua nada se distingue ya en ella, por lo gastada del tiempo. Mil cuentos, é historias se refieren de esta figura ó estátua que no están escritas en ninguna parte, y así carecen de toda verdad y fundamento; lo mas comun es que era un hombre que se convirtió en piedra por blasfemo. En la calle nada hay de particular, es regular de ancho, y pasa desde la plaza de la Alameda junto á la Inquisicion, á las esquinas de la de santa Clara».
Originalmente, la calle tenía el nombre de «Del buen rostro», pero cambió su nombre en el siglo XV. Una de las leyendas que explican este busto de mármol relata que el rey Juan II promulgó una ley que obligaba a arrodillarse al paso del Santísimo Sacramento ( la Hostia Consagrada, el cuerpo de Cristo en la religión católica), siendo el castigo por incumplimiento el pago de una importante multa. De hecho, la lápida que promulga esta ley se ve aún junto a la Iglesia del Salvador.
La leyenda continua diciendo que Mateo Rubio y sus amigos, a la salida de la taberna, ya entrada la madrugada, se encontraron con el paso de una comitiva con un cura que llevaba La Hostia alzada en la mano, de camino a la casa de un moribundo. Todos se arrodillaron al instante, excepto Mateo, quien quiso demostrar su valentía e incredulidad , los llamó cobardes y dijo: «Yo no me arrodillaré, sino que me quedaré de pie para siempre…» En ese momento, se escuchó un gran trueno y un rayo alcanzó a Mateo y lo convirtió en piedra, dejándolo allí para siempre.