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A poco de comenzar estos retales me vine abajo, me quedé sin fuerza anímica. El Martes Santo, el Martes de San Esteban y de otras compañeras de día, volvió a venirse abajo.

Segundo año sin Cerro ni Javieres, sin ver el nuevo itinerario de Santa Cruz, sin Buena Muerte estudiantil ni Candelaria. Mi Martes es más limitado, se reduce a San Esteban, la devoción de mi casa, y al pasar de San Benito cuando las puertas de la Ojiva se han cerrado. A veces, si hay suerte y el cansancio no es excesivo, el Dulce Nombre en los tramos finales de su vuelta cierra esta jornada para mí.  Pero nada de esto pudo ser un año más, el segundo, y espero que el último en mucho tiempo.

El Miércoles Santo parece el día universal de la tregua, y un año más, las nubes dieron descanso para albergar la primera jornada completa de esta maltrecha Semana Santa. Un día pleno, pletórico, un día que casi me engañó, haciéndome creer que el buen tiempo había llegado, o que al menos el malo se había ido.

El Jueves por la mañana lucía el sol, y animada por eso me pusieron una mantilla que ni un tornado habría podido tumbar. Nadie habría pensado que tantas horquillas tuvieran lugar en una cabeza humana.  Pero la tarde que siguió a la soleada mañana se puso oscura como el ruan de Pasión, que un año más no discurrió por las calles del centro. Otro año más, otra vez el segundo año sin Negritos ni Valle. Y sin Cigarreras ni Monte-Sión, volvimos a casa con las mismas lágrimas que la Virgen de la Exaltación a punto de desbordarse en los ojos. El Martes fue la nada, el Miércoles el todo… El Jueves volvimos a la nada más absoluta, y cuando parecía que todo estaba perdido, la Madrugá, más gélida si cabe, volvió a ser el todo.

El Viernes fue una mezcla de ambas cosas. Empezó siendo la nada, y nos quedamos sin Cachorro ni Carretería, pero milagrosamente la jornada se arregló, aunque ya no pudo ser completa. Fue un consuelo que el día pudiera arreglarse de algún modo y no se perdiera una de las jornadas con más encanto de toda la Semana Santa, aunque parece que no todo el mundo sepa apreciarlo de igual manera, a juzgar por la poca gente que poblaba las calles.

El Sábado, ese día tan peculiar que tanto me gusta, fue el todo completo. La recta final que acortaba las últimas horas de estos días que avanzaron a trompicones, días demasiado grises y húmedos, de buscar soportales y paraguas de los chinos en ocasiones, días de radio que te replantean lo escrito en programas de mano que se quedan inservibles por la lluvia. El Sábado fue pletórico en su sobriedad de ruan verde y negrura Servita, en el variopinto cortejo de representaciones del Santo Entierro. Afirmo que hay dos tipos de cofrades, los que finalizan el Sábado viendo la entrada de la Trinidad, y los que lo hacen viendo la de la Soledad de San Lorenzo. Servidora es de estas últimas, y desde hace muchos años no falta en su cita a San Lorenzo. Cita más despoblada ahora de saetas, pero donde no faltan los sempiternos cantos de el Sacri, cita tras la cual este año, tras el tradicional cierre de la puerta, se formó una bulla para ir a tocarla como nunca he vivido allí.

El tiempo, tan caprichoso en estos días, tampoco dejó que nos perdiéramos la Gloria de la Resurrección de Cristo, que pone en marcha el contador otra vez. La próxima cita será el 24 de marzo. Esperemos que las nubes se vacíen antes.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...