Lolarecital de lola Crespo

La poeta onubense afincada en Sevilla publica La casa como un árbol (Ediciones Unaria, 2013), un poemario en el que retrata a la mujer de su tiempo y los problemas de una sociedad en crisis.

Apenas había cumplido los dieciocho cuando bajó de aquel tren . El olor a césped húmedo y a río que tan bien conocía, parecía diluirse entre el sonido del claxon y el bullicio que se esforzaba en recibirla. Acababa de llegar a Madrid, y la ciudad parecía exigirle la natural prisa de la que tanto había leído o escuchado, primero debajo de cualquier árbol de Sotiel, y luego en aquellas improvisadas tertulias en la cocina de la casa familiar.

Lola creía conocer cada detalle de esas nuevas y anchas avenidas, y el olor a tabaco añejo y a café frío de sus bares. Sabía también que estaría preparada para cualquier imprevisto y que actuaría como mejor sabía hacer: con firmeza ,y segura de sí misma. Lo supo cuando le propuso a su madre años atrás organizar un taller de lectura con las chicas a las que enseñaba diariamente a coser, procurando enseñar algo más que ser buenas ama de casa y obras que poco o nada se parecían a la enciclopedia Álvarez que estudiaban. También cuando los vecinos murmaraban entre sí y la señalaban por ser la chica que dejó las clases de costura y se escapaba a leer a las afueras del pueblo. Porque Lola nunca aprendió a coser, y sabía que ahora Madrid sería el escenario deseado para poder tejer aquello que los pinos y las jaras parecían impedirle. 

Sin embargo, pronto comprobó que la humedad del asfalto destilaba los ecos de las risas de su pueblo, ahora tan lejanas; y también promesas no cumplidas. Después de trabajos temporales y horas mal pagadas, Lola comenzó a sospechar que ese inocente aliento de libertad que tantos años había perseguido era aplastado por los coches que llenaban la Gran Vía y se iba convirtiendo cada vez más en un basto recuerdo que se olvidaba entre las jaras y el arroyo, como se iba olvidando aquella España que un día sintió tan suya.

También que no era esa la ciudad prometida, pensaba en el tren que meses después la devolvería a casa, tras anotar en su cuaderno unos versos que más tarde guadaría en un cajón, y que decían: He descubierto la soledad / La he mirado con los ojos muy abiertos.

Hoy hace algunos años de esa nota, de ese cajón y también de aquella España, pero ya entonces sus palabras parecían adivinar lo que sería una poeta comprometida con una realidad que sentía y dolía como una parte más de su cuerpo. Y es que la voz de Lola Almeyda es una de las voces de una generación que ha crecido con los horrores de una guerra y un legado de olvido y cemento, atento a cada paso, a cada gesto, como los vecinos del pueblo, y que hace unas semanas ha dado a luz, en forma de poemario, con la publicación de «La casa como un árbol» (Ediciones Unaria, 2013), su último libro. Se trata de una obra que aúna dos de los temas que vertebran la obra poética de esta poeta onubense afincada y arraigada en Sevilla: la mujer y su mirada militante al exterior.

«Son muchas las cosas que suceden en el interior de una casa a lo largo del día y a lo largo de la vida en las que siempre la mujer está ahí, en primera fila», me explica convencida cuando le pregunto por el título del poemario, antes de recurrir a recitarme de memoria uno de sus versos favoritos: una mujer es como una casa cuajada de brazos que le crecen desde su tronco al árbol. Y es que, la mujer que queda detrás del ruido del agua al caer sobre los platos es la protagonista de esta obra, una mujer que está compuesta por muchas mujeres, que busca la libertad y la dignidad, en ocasiones arrebatada, en un país que parece no acabar de comprenderlas, o en el humo del cigarrillo, a veces indiferente, del marido que la acompaña. «Una mujer es un árbol que crece por donde quiere el tiempo/ y tiene las paredes sembradas de ventanas», vuelve a recitarme. La similitud entre la mujer y el árbol «son premisas que se inventa la poesía y que he intentado aprovechar y recoger en este libro», confiesa.

La poesía de Lola huele a pueblo y a verbena, a desayuno de domingo, a risas de la infancia. Pero también a muebles viejos y a cristales oxidados, pues sus versos consiguen situarse, con absoluta elegancia y acierto, en ese difusa frontera en la que tantos poetas quieren situar su escritura: la que se escapa de la experiencia para situarse al otro lado, la de la observadora que se limita a detallar el gesto, casi siempre suficiente, de lo que el poema parece sugerir. Y esos versos no están ni en un lado ni en el otro, sino en el punto exacto. Porque consigue atrapar el frío que desprende la casa, los platos o el árbol, pero también ese instante de vida que brota cuando ese frío duele, para hallar, y regalarnos, ese punto exacto o frontera.

«Las heridas, como los versos,

siempren dignifican»

Y también, desde esa frontera, Lola denuncia y canta a un mundo que ha visto salir de un cajón oscuro y que ahora contempla cómo se derrumba. «Intento que mi poesía se sitúe en la denuncia, junto a esa poesía que en muchos momentos ha estado perseguida», explica antes de hablar de la soledad y la herida de sus versos. «La herida que te da la vida, al igual que el dolor que puedas sentir al escribir, siempre dignifica, porque te enseña y te hace valorar las cosas», explica. «Una persona que no ha sufrido nunca, que no ha tenido dificultades y sus vivencias se limitan a ser feliz, es una vida demasiado incómoda para ser vivida. La vida ha de ser sufrimiento para ser justificada, porque siempre después te regala otras cosas. Y es eso lo que merece la pena», confiesa la poeta.

Cuando le pregunto sobre la dificultad de tratar ciertos temas que vertebran su escritura, ella responde rápido y sin titubear: «Lo difícil no es hacer poesía, lo difícil es meterte en el charco que ha provocado la lluvia de los últimos acuerdos en el consejo de ministros. Eso es lo realmente difícil, asimilar que todo esto esté pasando».

«La casa como un árbol» es el tercer poemario de Lola, que se suma a una corta pero intensa trayectoria que ha sabido atrapar a gran parte de los asistentes a los recitales a los que suele acudir en numerosas bares y librerías sevillanas y de Mairena del Aljarafe, localidad donde vive. Y es que sus poemas, pero también sus palabras y sus gestos, delante de un micrófono antes de recitar, o frente a un café descafeinado sin azúcar, desprenden esa satisfacción de aquel que ha sabido recuperar el aliento de una libertad dada por perdida durante tantos años, y que ahora se justifica y dignifica en cada poema, y que no está dispuesta a volver a enterrar.

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