Leí a Juan Carlos Pérez de la Fuente -director de ‘Angelina y el honor de un brigadier’, de Jardiel Poncela- decir que, según el dramaturgo en su última entrevista, ésta era la obra de la que más satisfecho estaba.
Miguel Ybarra Otín. Que el tiempo -continuaba- la colocaría por encima de ‘Eloísa está debajo de un almendro’. Ambas obras, en cualquier caso, ilustran las formas del que fue un renovador de la escena española, un autor no del todo reconocido en su época y que en ‘Angelina…’ (1934) se fue unos 50 años atrás para ambientar los divertidos amoríos de esta alegre joven, hija de militar.
Angelina, a la que da un magnífico tono en su interpretación Carolina Lapausa, muy Jardiel, caricaturesca en su voz y actitud de inocente egoísmo amoroso. Muy bien también Jacobo Dicenta, el amante; Daniel Huarte, el novio; y Chete Lera, el brigadier, que también es engañado en un texto que presenta, una tras otra, situaciones disparatadas.
Quizás en el culmen de éstas, la escena en que los padres, ya fallecidos, hablan desde el más allá, allí desde donde se proyecta la luz que permite el bonito y simpático juego de sombras que ilustra esas palabras.
Y así transcurren las vicisitudes de esta alegre señorita, con aire de Don Juan, historia en verso muy bien dicho, voluntad tan bien cantada de elegirlos a los dos: Angelina, en este montaje, sigue fiel solo a Jardiel.