A medida que cualquier tipo de contienda electoral se aproxima, el eterno discurso del voto útil comienza a anegar medios de comunicación, círculos intelectuales o incluso conversaciones informales a pie de calle. Es justo reconocer que la eficacia de esta suerte de norma no escrita de la democracia española es incontestable, ya que en virtud a ella se ha instalado en el país un bipartidismo rampante que encorseta cualquier atisbo de juicio crítico por parte del electorado, el cual se ve instado a conceder con cierta desgana el voto a la opción ‘menos mala’.
El dilema moral surge cuando ambas opciones son igualmente malas; ¿te adhieres al vendaval de resignación de aquellos que votan por costumbre, o quizás te alineas junto a un partido minoritario desoyendo los principios del voto útil? La falacia de que tan sólo dos partidos pueden vencer en unos comicios es tan implacable como los métodos propagandísticos utilizados para implantarla en el imaginario colectivo, entre ellos, la dictadura fáctica de las encuestas, que curiosamente sólo da cuenta de los dos partidos mayoritarios (al menos lo eran en las anteriores elecciones), o la dicotomía informativa de los medios de comunicación en torno a las declaraciones desquiciadas de los líderes de sendas formaciones.
Afortunadamente, la vida no se circunscribe a una alternativa entre azul y rojo, sino que los matices son tan numerosos que contribuyen a configura todo un arco iris de opciones. Afortunadamente, la democracia no se basa en optar entre un partido heredero de la cultura caciquil andaluza integrada por la misma casta de terratenientes que ha sumido históricamente a la región a un subdesarrollo crónico cuyas consecuencias continúan siendo visibles hoy; y otro que tras decenios en el poder tiene la desfachatez de continuar comerciando con fórmulas para erradicar un desempleo galopante que asfixia cualquier indicio de desarrollo efectivo de la comunidad.
Para que no haya lugar a dudas, la primera descripción va destinada al Partido Popular, y la segunda al PSOE, ya que en ciertos casos los papeles pueden ser intercambiados con suma facilidad. Lo cierto es que, el electorado del primero es bastante sólido y, por ende, previsible. Ahora bien, la atomización del voto socialista, mayoritario en nuestro periodo democrático, suscita no pocas dudas que son paliadas, como en cada cita electoral, con un evidente frentepopulismo de izquierdas frente a las hordas de la derecha, al igual que los asustados estadounidenses gritaban en la mítica película de Norman Jewison ¡Que vienen los Rusos!
Es entonces cuando el discurso del voto útil cobra una mayor pertinencia y apela al sentimiento humano más irracional; “nos quieren quitar lo nuestro, no lo permitas”. Un hecho que resulta especialmente kafkiano en cuanto son ellos los que han estado robando con impunidad durante décadas. Personalmente, no sé qué es más inaceptable, si tolerar el saqueo de la administración pública por parte de una serie de ladrones sin escrúpulos, o desconocer que esos ladrones están expoliando la institución que diriges (imaginemos entonces el caos que debe reinar en la Junta de Andalucía si esto es así cuando desaparecen millones de euros como si fueran gomas de borrar), tal y como afirman los líderes políticos del partido. En cualquier caso, si al PSOE le restaba algo de decencia, debería haber renunciado a su concurrencia en las próximas elecciones y propiciar una profunda reflexión sobre cómo se han hecho las cosas para que las encuestas prevean la mayoría absoluta un partido como el dirigido por Javier Arenas.
La conclusión de este artículo no es otra que la de advertir del peligro del voto útil para la salud de nuestra democracia. Es indiferente si votas al nuevo partido de centro con ciertos tintes autoritarios (aunque eso sí, de color rosa), a esa incierta formación de nacionalismo regional, a la izquierda a la que nunca dejaron gobernar (por algo sería) o al movimiento político ecologista; lo importante es que se haga con convencimiento y juicio crítico. Ya basta de ver el mundo de color rojo o azul.