Como en cada encuentro electoral, la autocrítica en el seno de los partidos políticos se instituye como una suerte de tabú inamovible suplido por la mejor de las sonrisas aunque, como decimos en Andalucía, la procesión vaya por dentro. Todos son vencedores, han cosechado logros históricos, han mantenido el tipo o han avanzado de forma notable, pero desde luego ninguno ha visto fracasadas sus expectativas.

El ejercicio de contención realizado por Javier Arenas en el ‘improvisado’ balcón de la sevillana calle de San Fernando es digno de admirar. Tras regocijarse durante meses en unos sondeos de opinión que le otorgaban unánimemente la tan ansiada mayoría absoluta, los resultados reales, los de las urnas, han quebrado sus aspiraciones a presidir una Junta de Andalucía que se le escapa por cuarta vez en su carrera política. No obstante, allí estaba él, sonriente, emocionado y agradecido al pueblo andaluz por esa victoria histórica. A su lado, una ministra con pose de adolescente enfervorecida jaleando a su ídolo pasajero, otro ministro que aplaudía con cierta desgana ante un escenario que preveía diferente, y un lugarteniente que no podía ocultar su desdicha por el varapalo sufrido.

Desde luego, el oficio de político puede llegar a ser muy miserable, aunque algunos cosechan una mayor fortuna sin mayores dones que su oportunismo. José Antonio Griñán será presidente de Andalucía por segunda vez tras perder sus primeras elecciones, un hecho que justificaba la alegría desatada entre su camarilla (muchos de ellos tenían ya la maleta preparada para emigrar) como si los votos no hubiesen castigado a una formación política en franco declive.

Por su parte, los dirigentes de Izquierda Unida tampoco podían ocultar su orgullo tras, según ellos,  romper el bipartidismo imperante en Andalucía. Los 12 diputados obtenidos en un avance notable en las urnas parecen insuficientes para dar lugar a un cambio de etapa política en la región, no obstante alientan una incierta esperanza a que la Junta implemente unas auténticas políticas de izquierdas que sirvan como contrapunto a las desarrolladas por el gobierno central, tanto en la última etapa de Zapatero como en la actual legislatura del Mariano Rajoy.

En artículos anteriores, las críticas hacia el PSOE andaluz han sido crudas, directas y absolutamente sentidas. Y es que la Junta ya huele a cerrado, la corrupción comienza a corroer sus estructuras y su gestión es poco menos que insultante. No obstante, la satisfacción por la derrota moral del PP ante la intransigencia de Andalucía a ceder su soberanía en la casta de terratenientes que durante siglos robó sus oportunidades, es incluso mayor que la indignación por la continuidad en el poder de un partido político con graves deficiencias éticas.

La celebración de los diferentes partidos de los resultados del pasado domingo sólo demuestra que todos son perdedores, al menos respecto a lo que el ciudadano andaluz piensa de ellos. Con una abstención de casi el 40%, el pueblo ha expresado su renuncia a participar en el juego político de porcentajes y escaños que vicia el verdadero funcionamiento de una democracia. El futuro del país y de la región está en juego con unas cifras de paro desastrosas, los jóvenes tienen que volver a emigrar para satisfacer sus necesidades vitales, miles de familias sobreviven con subsidios insuficientes, los bancos expolian el capital de la ciudadanía con métodos inaceptables, las estructuras sociales amenazan con desplomarse ante el próximo vaivén económico, esta misma semana se celebrará una huelga general… Sin embargo, ellos continúan con sus celebraciones, sus saraos y su militante autoindulgencia. Y luego dirán que los andaluces no queremos trabajar.

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