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Recoge nuestra Carta Magna en el Art. 20 el derecho fundamental a la expresión y a difundir, libremente, nuestras ideas, pensamientos y opiniones; creo que todos, en eso, sin excepción, estamos de acuerdo. Pero, yo apunto, ¿debería haber matices? Claramente, sí. No al hecho de opinar y soltar por esa boca o esa incontinencia twittera (valga como ejemplo para cualquier red social) todo lo que se pase por la tela del pensamiento, sino al de darle categoría de opinión a todo lo que se dice, se comenta o se rumorea.
Y es que parece que, por arte de la ciencia infusa (si es que eso es una ciencia), los humanos nos hemos convertido, masivamente, en jurados de Got Talent. ¿Por qué esa perra con el dichoso programa? Lo explico. Es que siempre me ha sorprendido un jurado que lo mismo entiende de canto, que de juegos de cartas, que de malabares, chistes y váyase usted a saber cuantas gilipolleces se le ocurra hacer a cualquiera de los concursantes. ¡Joder! Que polivalencia tienen Padilla, Mejide y Edurne; no me extraña que, con semejantes ejemplos, cualquier se considere juez de algo, incluso de la opinión propia y ajena.
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