¿Dudamos de la existencia de políticos? ¿De los servicios públicos? ¿De las autonomías? La respuesta es sí, y la razón es la demagogia, lo políticamente correcto y el bajo nivel argumentativo y reflexivo de los dirigentes políticos, fruto de una sociedad sin objetivos comunes, y anclada en la simplicidad hasta niveles preocupantes.

Reflexionar no es un deporte de moda. No sé si siempre fue así, pero desde luego, es lo que me ha tocado conocer. Y no es culpa de la crisis. Ésta sólo ha ayudado a evidenciar lo que se estaba cociendo tras el escenario: el conformismo, la simplicidad y la falta de construcción de objetivos comunes.

Así se comprende como en días como hoy ponemos en duda la existencia de los políticos. Pero para ello, definamos primero qué es ser político, que según la RAE es: “actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos”. Seguro que es la acepción que la mayoría de la gente compartiría. Pero hay más. Según la misma, también es política la “actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo”. Precisamente de esta segunda acepción, deviene la primera de ellas.

Resulta que política es todo lo que hacemos al intervenir en lo público, desde arreglar una farola, hasta una pagar un impuesto, por ejemplo. Por tanto, dedicarse a los asuntos públicos es una alternativa de todo ciudadano. De forma que si uno de ellos, decide implicarse en la gestión de lo público con unas ideas y propuestas, sería lógico que en primer lugar, se valorase su ofrecimiento pues son tarea y responsabilidad de todos nosotros, que esta persona se ofrece a asumir.

Pero lejos de esa concepción, hoy el político para mucha gente es un “enchufado de un partido político, al que se le presupone que va a robar y a su vez enchufar a más gente”. ¿Cómo hemos llegado a desvirtuar tanto una realidad? Políticos y partidos han puesto –desde luego- mucho de su parte para extender esta visión, que otros han venido a recoger más tarde en busca de rédito político, y parece que con buenos resultados aunque con dudosa ética.

Fue en algún momento de la película –y no sé cual- cuando la política pasó de ser lo primero a convertirse irremediablemente en lo segundo. Algo tendrá que ver que en lugar de la experiencia, la capacidad o la habilidad de alcanzar acuerdos, en los partidos se hayan valorado más características que, por sí mismas, no son ni buenas ni malas como juventud, amistades o un profundo conocimiento de la organización. Como comprenderán, poco o nada tienen que ver esos adjetivos, con lo que realmente como ciudadanos necesitamos.

Al final, llegamos a este guión: Grandes partidos, preocupados por el opositor, y no por los votantes. Personas preparadas, que son relegadas en los partidos en favor de quien mejor se mueve en la organización. Tramas de corrupción sin atajar que, aún salpicando sólo a unos pocos en algunos partidos, acaban manchando el nombre del resto de personas con las que este individuo –y algunos también dirían individua- compartía algunas ideas y a veces tan sólo un carné de plástico. A esto cabe sumarle unas dosis ingentes de ignorancia y de desinterés ciudadano, que no ve profundidad en los argumentos políticos, al tiempo que tampoco es capaz -y lo peor es que no pretende serlo- de conocer, analizar y reflexionar. Tampoco pueden olvidarse la dejación de los medios de comunicación, más centrados en rivalizar con los intereses políticos del grupo de comunicación opuesto, que de encauzar a la sociedad civil hacia un sendero de progreso social y cultural.

Y como dice el refrán de aquellos polvos, estos lodos. Con todos estos ingredientes debidamente sazonados con la crisis, y alguna porción que otra de populismo y demagogia, ya tenemos el potaje en el que estamos inmersos. En él confundimos al ladrón con las víctimas, las necesidades con los lujos, o la solidaridad con el egoísmo.

Se me ocurre que si cada actor de la película asumiera su papel, y no se fijase tanto en el del resto del reparto, la obra sería decente y no un bodrio. El partido siendo transparente, democrático y abierto. El ciudadano, siendo crítico –que no es lo mismo que protestón- y los políticos teniendo mucha más altura de miras, mejores argumentos y mayor respeto por lo público. Y los medios, más libres. Esta película sería ganadora de un Oscar, pero ¿estamos preparados para dejar la serie B?

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Licenciado en Periodismo y Máster en Sociedad, Administración y Política, puso en marcha el 'Proyecto Deguadaíra', germen de Sevilla Actualidad. Ha pasado por El Correo de Andalucía, Radio Sevilla-Cadena...