Siempre he dicho que las comparaciones no es que sean odiosas, es que son injustas la mayoría. Pero como esta loca cabeza mía a veces parece una caótica marmita donde se mezclan asuntos diversos, acabo forjando extrañas conexiones y paralelismos como el del título.

Pese a mi ideología de izquierdas, e incluso pese a que en esta columna muchas veces los comentaristas me han tachado de feminista, nunca me ha gustado la señora Chacón. No pretendo hacer aquí gala de esa crueldad femenina que afirma que las mujeres somos bastante más críticas entre nosotras que con respecto al sexo opuesto, pero nunca he podido evitar recelar de esta señora.

Imagino que, entre otras cosas, por la incoherencia al aceptar el cargo de Ministra de Defensa cuando decían otras fuentes que era una confesa antibelicista. Incluso escuché algún rumor de que su tesis doctoral había versado sobre lo innecesario de los ejércitos o algo así, cosa que da lo mismo pues, realmente, nunca llegó a leer su tesis. Pero la última incoherencia es la que más me ha molestado.

Siempre me ha costado muchísimo entender el nacionalismo catalán, un amor desaforado a una patria, una lengua y una historia que la mayoría de quienes lo defienden no llevan en las venas como presumen, ya que aún estoy deseosa de conocer un catalán que al menos tenga sus cuatro abuelos catalanes. Es absurdo cerrarse tanto en una ideología que falla desde su base. Pero peor aún es ser tan descaradamente convenida como doña Carme, de ahora en adelante Carmela, que suena más andaluz, porque digo yo que ella sabrá que en la Almería natal de su padre a la que ahora resulta que se siente tan unida, no hay una mujer llamada Carme ni buscada con lupa.

Se ve que corren duros tiempos para los andaluces. No sólo nos ningunean unos y otros, no sólo hay que aguantar insultos incultos y absurdos, tópicos y salidas de tono varias, no. Para colmo también hay que aguantar que cuando les interesa a los políticos chupópteros de turno, nos usen como escaparate, bastión o amuleto. Ahora todos los Congresos Generales de los partidos deben ser en Sevilla. Doña Soraya, otra que tal baila, parece más gaditana ahora que la estatua de Paco Alba, ya ni Rajoy quiere destapar sus cartas del todo hasta que no pasen las elecciones autonómicas andaluzas, y ahora resulta que la Chacón es más andaluza que yo misma.

Sin embargo, he visto recientemente ‘La dama de hierro’, película fantástica que, a pesar de no ser pródiga en detalles políticos de la vida de la Thatcher, me ha encantado. Tal vez por eso mismo, ya que ideológicamente no sintonizo mucho con doña Margaret, pero he logrado empatizar con el personaje retratado por la genial Meryl Streep. Una mujer fuerte, coherente, conservadora claro, pero llevando su ideología hasta el fin, orgullosa de sus orígenes desde siempre, sin conveniencias. En determinada escena de la película, los asesores de la Thatcher le sugieren los cambios de imagen que debe adoptar para parecer una política y no una burguesa acomodada; y yo entonces reversioné aquello, pensando el momento en que Carmela y sus asesores decidieron poner al pueblo natal de su padre en el mapa de su particular campaña dentro del partido.

La política tiene estos juegos, y en ocasiones la asesoría de imagen me parece un duro trabajo cercano al arte. Pero hay que contar con una buena materia prima, y tal vez no todas las  mujeres posean una materia prima tan buena como para que los soviéticos acaben llamándola a una ‘Dama de hierro’.

www.SevillaActualidad.com

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...