Al fin se marchó la Navidad. Nos dejó papeles de regalo rotos, el estómago lleno y otro año por delante. Cambiamos el 8 por el 9, pero no nos hemos desecho de lacras del año pasado.
Por otra parte, tampoco hay que irse más lejos para encontrar tragedia, para inaugurar un año en que el número de víctimas por violencia de género me seguirá pareciendo alto…
En ámbitos menos extremos, junto con el turrón, he tenido en estas fiestas, el mal sabor de boca del último informe de Cáritas. Un exponente de la situación a la que hemos llegado de una u otra manera. Buscar culpables a la desgastada crisis, y lo de desgastada es por el excesivo uso de la palabra, no tiene sentido; la globalización, las políticas económicas y la propia avaricia pueden ser razones que a día de hoy no merece tanto la pena analizar como atajar.
Clarísima imagen de la situación es ver una mañana la Plaza del Pumarejo, y observar las colas en la puerta del comedor que allí tienen las Hijas de la Caridad. La cola siempre ha estado, pero de un tiempo a esta parte se ha triplicado. Esta personificación del informe ocurre a diario, y tampoco se esfumó con las doce campanadas del día 31. Imagino que la publicidad, las uvas de la suerte, la canción de Mecano, e incluso la lencería roja, nos vendió que hay un kilómetro cero dónde todo se borra y vuelve a comenzar, y no es exactamente así, al igual que las rebajas del 2 de Enero, no fueron tan bajas…