A veces me pregunto cuándo dejaré de replantearme mil cosas, cuando dejaré de cuestionarme tanto todo. Puede que no haya respuesta para eso, puede que no deje de hacerlo nunca.
Mercedes Serrato. El viernes comenzó fuerte, a quemarropa, en inglés y sin muchos más rodeos, aquél hombre que ha cruzado medio mundo por un motivo bastante alejado del turismo me espetó aquello “¿Eres feliz en tu vida?” El pobre tal vez no merecía mi respuesta, “¿Conoces a Woody Allen?”; al fin y al cabo, sólo una idiota responde a una pregunta con otra.
Le expliqué que ese neoyorkino judío ha influido mucho en mi filosofía vital, en mi forma de plantearme las cosas y la existencia. Luego, en un plano más serio, le comenté que no creo en la felicidad como un estado pleno, una situación continuada y mantenida. Le hablé de pequeños retazos, momentos, briznas de felicidad que salpican la vida.
Yo me esfuerzo en tener eso, y entre una y otra, aguanto el tirón. Sinceramente, aún no sé si hice bien o mal, no por mi pensamiento, que nada tiene de malo, sino por compartir con alguien que no atraviesa la mejor de las situaciones, una visión tan poco optimista de la vida. Tal vez debería haber respondido algo más positivo, más alentador. Por otra parte, me habría parecido mal exponer allí todos los motivos por los cuales no me debo quejar de mi vida, y podría considerarme alguien feliz, al fin y al cabo no sería justo presumir delante de él de todo lo que siente arrebatado ahora mismo…
Comentando esto, me he sorprendido de que muchos amigos se extrañen de aquello que cantó Ella baila sola cuando yo era muy joven: “La felicidad no es un estado normal”, y que hoy en día sigo manteniendo. Todos parecen extrañados ante el hecho de que no me defina como alguien feliz, así, rotunda y tajantemente. Quizás yo misma no me dejo, o tal vez el entorno pesa mucho para mí.
Tal vez ahora, que paso tanto tiempo con “ellos”, esos de los que no puedo hablar, esos que me hacen preguntas de lo más dispares, me siento feliz y privilegiada de compartir cosas a su lado, de ayudarlos en lo posible, y a la vez, siento el peso de un mundo que les da la espalda como un peso propio, uno de esos elementos del entorno que no me permiten decir que soy feliz todo el tiempo y a boca llena…
La vida no se para por nadie, él seguirá intentando integrarse en la que ahora comienza a ser su vida, y en cuanto a mí; al volver esa noche a casa, esa noche de sábado ya, pese a todos los dictados de la naturaleza y el clima, mi bolso olía a Dama de noche; otro momento fugaz de felicidad para coleccionar.