Mientras escribo suena Estrella Sublime. Quedan algo más de doce horas para que suene en el Teatro Maestranza, cuando Enrique Henares ocupará el atril para pregonarle a la ciudad de Sevilla lo que está por venir.
El pregonero ha confesado no estar muy nervioso de momento, y esa templanza sólo puede responder a alguien que sabe que ha trabajado, como quien se presenta a un exámen habiendo estudiado concienzudamente.
Debe de ser sencillo y a la vez harto difícil escribir ese pregón. Sencillo, porque la materia prima es de alta calidad, la ciudad, la gente, un guardabrisa que acoge la llama estremecida… eso es pura emoción, como “Soleá dame la mano” en una calle estrecha, como el parque lleno de niños, globos y sol.
Inspirarse no resulta complicado, y de tan fácil el trabajo se vuelve todo un reto. Condensar tantas horas, tantos sentimientos…que no se olvide nada, trasmitir a la gente esas verdades públicas, que todos saben pero que nos encanta redescubrir cada año, a la vuelta de cada esquina.
Tal vez por eso, el letrado ha reducido el pregón en su versión atril, que no en la escrita. Eso sí que me ha parecido admirable, la capacidad de síntesis para alguien tan barroco como la arriba firmante, es casi un don divino que llega a envidiar.
Recuerdo cierta noche ‘alfalfeña’ en que un grupo de amigos, capitaneados por otro cofrade, al que no le dedico más palabras porque no me lee, le hicimos entrega a Enrique de algo tan simple y a la vez importante como era el papel del pregón. Algo bello desde el punto de vista utilitarista, ya que estos creen que la hermosura sólo está en lo que es útil, lo que sirve para algo.
Desconozco si el pregonero es utilitarista, no sé hasta qué punto pueden haberle ayudado esos folios, pero hoy, que escribo la noche antes del pregón, pondría la mano en el fuego por decir que será algo bello.
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