El mundo se escandaliza ante el arresto domiciliario que sufre la esposa de Liu Xiaobo, reciente Nobel de la Paz. Es desde luego indignante, pero también me pareció indignante la celebración de unos Juegos Olímpicos en ese país, que conllevaron muertes, detenciones y mil cosas más que ignoramos mientras todo el mundo aplaudía la magnificencia del estadio denominado como ‘El Nido’, el espectáculo de la gala inaugural y demás artificios.
Mercedes Serrato. Tenemos, yo la primera, una enorme capacidad de mirar para otro lado. La tenemos porque así es más fácil vivir, de hecho puede que la tengamos porque hay que seguir viviendo, y el miedo a que los problemas del mundo no nos dejen dormir podría volverse muy grande.
Al fin y al cabo, Zapatero estrecha la mano de Paul Kagame, mano manchada de sangre; sangre de una venganza cruel, que no alcanzamos a ver, pues ni tan siquiera hay datos al respecto. El presidente de Ruanda sonríe, y niega esas acusaciones, no necesita más, parece que no tiene que justificarse más. Si nuestro presidente puede mirar a otro lado, imagino que todos podemos hacerlo.
Por otra parte, han sido detenidos el hijo y el abogado de Sakineh Mohammadi Ashtiani, junto con dos periodistas alemanes. Y no es que yo sea más lista que nadie, pero habiendo conocido de primera mano por testimonios vivos que sufrieron la dureza de la justicia iraní, no me ha extrañado.
Lo peor es que sé cómo se las gastan en esas cárceles y no quiero imaginarme lo que estarán pasando los que quisieron ayudar a esta mujer condenada a lapidación. Igual que de vez en cuando pienso en la dura situación de Angola, o en el desconocido conflicto de Sri Lanka, que tanto dolor ocasiona sin llenar páginas de periódicos. Entiendo que mi implicación a veces es diferente a la de cualquier espectador de telediario.
He visto sus caras, he escuchado en diferentes lenguas historias atroces, huidas de países tan lejanos para mí como si vinieran de Júpiter. Recuerdo historias de personas que por acuerdos y pactos europeos, se veían obligados a vagar por nuestro continente, de un país a otro, un poco a la manera Sarkozy. Mi parte humana me decía que las personas no son mercancía transportable, mi parte racional, profesional, legal, me decía que esa es la ley, las cosas de la UE.
A veces me queda un consuelo, uno extraño y tal vez muy vano. Cuando veo los informativos y sé que hay mucho más, también recuerdo que ese “mucho más” es gente valiente, gente con esperanza, gente que quiere mirar sin rencor a un mundo y una vida que no le ha puesto las cosas fáciles; y que pasado todo lo atroz, sólo quieren una segunda oportunidad, si algún país y sus leyes se la permiten.