Érase una vez un gato/que tenía los pies de trapo/ y la cabeza del revés…¿quieres que te lo cuente otra vez?
Mi gato, bueno mi gata no fue una gata adoptada, ni una gata regalada. Mi gata apareció una noche en mi zaguán, a la hora de ir a cerrar la puerta de la calle, a eso de las 9 y media, cuando veía que mi vecina había cerrado la suya.
Se había colado si hacer ruido, como suele pasar con los gatos. Tampoco había magullado y cuando la vi me asusté un poco. Tenía el pelo rojizo y blanco.
Dejé el cancelín en reabierto y fui a coger una cacillo con un poco de agua para que bebiera. La gata me había seguido hasta la cocina y se lo puse allí mismo.
Bueno, mañana veríamos qué hacíamos con ella. Le puse un trocito de pieza que había sobrado de la cena y se lo comió. parece que le había gustado. Busqué un trapo viejo y la coloqué encima.
Allí amaneció a la otra mañana, acurrucada y adormilada. Cuando mis hijos se despertaron la vieron y empezaron a tocarla.
-cuidado, les dije es una gata callejera. Estará sucia. La tendremos que echar a la calle.
-No, mamá, déjanos quedárnosla…¡Papá nos ha dicho que sí! Y así fue como nos convertimos en una familia con gato.
Le pusimos por nombre Linda, el que les había gustado al pequeño. A los pocos meses linda parió seis lindos gatitos.
-¿Y qué haremos con ellos?
-Nos lo quedamos también.
Al principio, los fuimos llevando al veterinario, más tarde, habíamos contado ya dieciocho gatos y decidimos dejarlos en el corral,, pero como sabéis, los gatos andan, entran y salen r cualquier lado, se colgaban por las ventanas y a veces partían en os armarios…fuimos al veterinario a esterilizar a las gatas en la casa había muchos gatos, otros se ponían en la ventana, salían a la puerta y se sentaban en el umbral de la casa, más tarde se iban a casa de los vecinos, entraban por la ventana pero no pudimos controlarlas a todas…y siguieron pariendo.
Los gatos ocuparon las habitaciones vacías, cuando ya no cabían en la cocin, en el cmedr o en el salón.
Al principio mis hijos le PONÍAN La comida y más tarde, cuando se hicieron mayores y fueron a la universidad, se la ponía yo. Como eran tantos, acabé comprando sacos, primero de cinco, de diez, luego de 20 y ahora de cincuenta. Como ya estoy un poco mayor, me lo trae a casa un repartidor, aunque se queja muchas veces del mal olor de la casa y me lo deja en la mismísima puerta. Yo voy un cazo y poco a poco voy metiendo el pienso para adentro. Últimamente son os gatos los que salen a la puerta y allí mismo acaban con él.
Los vecinos han seguido quejándose y algunas veces han venido los municipales, pero yo n les he abierto, para que parezca que no estoy..no quiero que me los quiten, pobrecito mis gatitos…No sé qué harán el día que no pueda echarles de comer.
Apenas si llego a la puerta a recoger el pienso del saco. Me han dicho de la semillería que ya no me traerán más , que debo mucho. es que han dejado de traerme el dinero del banco. No se l que me ha pasado, a lo mejor se creen que estoy muerta y por eso me han retirado la paga…vaya, otra vez el gato grande me ha vuelto a arañar, ayer fue en el brazo, hoy en la cara y mira que le doy escobazos, pero los otros gatos se ponen de su parte y me arañan también. Ya no me puedo levantar del suelo, tengo diecisiete gatos encima mía y han empezado a arañar me la cabeza, algunas han tirado de os dedos otros me atacan al cuello…
Me había despertado, sudando. Menos mal que esta vez no grité. Los gatos habrían acabado comiéndome si no llegó a despertarme…¿qué voy a hacer?
Me levanté sigilosamente, como si fuera un felino y me fui a la cocina a beber un poco de agua. Allí estaba la linda gatita, acurrucada en un trapo. La cogí en brazos y, aunque maullando, conseguí sacarla al zaguán y del zaguán la eché a la calle.