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La última vez que estuve en Madrid, en uno de mis paseos a solas, visité las casetas de libros antiguos de la Cuesta de Moyano, parada obligatoria para cualquier amante de la literatura que visite Madrid.

Allí adquirí una antología de Claudio Rodríguez, Una vez Argentina de Andrés Neuman, y Lo raro es vivir, de Carmen Martín Gaite, obra que actualmente leo.

El volumen de Lo raro es vivir es una edición de Anagrama de 1996. De repente, en una de sus páginas, me he encontrado un subrayado de la persona que lo tuvo en sus manos antes que yo, pudo haber sido hace casi 20 años. He de decir que, hace algún tiempo, para mí subrayar un libro era cometer un sacrilegio, impregnar con una mancha el lugar donde un ente llamado escritor había dejado su alma. Eso ocurrió hasta que un amigo, de esos que anidan ya en ese territorio de la sabiduría que es la ancianidad, me dijo que es nuestra alma, y no la del escritor, la que queda inmersa en nuestros libros al subrayar frases o fragmentos que de alguna manera nos tocan o con los que nos sentimos identificados. Me convenció y empecé a hacerlo, y eso fue lo que me hizo pensar sobre el subrayado de Lo raro es vivir.  La frase en cuestión es la siguiente:

«La pena de amor sangrase aún tan reciente por las paredes de una buhardilla empapelada de azul».

Inmediatamente he pensado en la frase de mi amigo sabio. En lo subrayado está el alma del lector. Y me he imaginado a una chica, (los hombres siempre imaginamos a mujeres), que como yo adquirió el libro de Martín Gaite llamada por su título. Una de esas personas que, como yo también, busca en la literatura respuestas, saber que alguien siente lo mismo que ella, interpretar su propia vida, y se encuentra ese sugerente título de Lo raro es vivir. Una persona, una chica joven, de mi edad (no puedo evitarlo) herida de amor, con las heridas sangrantes de las últimas cicatrices que de pronto impregna al libro de su alma al subrayar esa frase.

Y la imagino antes. La imagino paseando enamorada, sentada junto a su amado en un banco del retiro, frente al palacio de cristal, mientras hacen planes de futuro y se dan algún beso entrecortado. La imagino imaginando su vida con él, eligiendo el lado del colchón que cada uno ocupará cuando habiten su propio espacio en común. Y la imagino un día en el que él, bajo la lluvia, debe pasar bajo la lluvia, le dice un «tenemos que hablar». Y que ya no la quiere como antes, que ha conocido a alguien y que no quiere hacerle daño, pero que sería una farsa seguir adelante.

Y se cae el castillo de arena. Se derrumban los sueños y el futuro común. Y ya no habrá lecho compartido ni lados de la cama porque de repente a ella se le ha roto la vida. Y es que, como dice Viktor Frankl, el cerebro humano está preparado para soportarlo todo, la guerra, la miseria, el hambre, los castigos… pero bastan tres palabras para que el amor te tumbe.

Como la tumba a ella, que sentada en su sillón favorito lee Lo raro es vivir y se encuentra con que «La pena de amor sangrase aún tan reciente por las paredes de una buhardilla empapelada de azul».

No sé cómo llegó el libro a la Cuesta de Moyano. En la mujer que imagino, es un libro imprescindible que se quedó anclado en su mesita de noche para siempre. Por eso puede que muriese de repente, un infarto o un accidente, y su familia se deshiciese de su biblioteca. Pero de lo que nadie pudo deshacerse, y yo guardaré a fuego, es de la historia de amor que un día le rompió el corazón y que dejó guardada en el simple subrayado de un libro que 20 años después alguien encontró en una feria de libro viejo.

Quizás mis libros lleguen un día a alguien con mis subrayados. Le dejo en herencia las veces que perdí el corazón y lo poco que supe de la vida.

Nace en Cádiz en 1981 y estudia Filología Hispánica entre la UCA y la UNED. Actualmente dirige los talleres de Escritura Creativa de El fontanero del Mar Ediciones. Organizador del festival poético...