Maximilian Schell en una escena de ¿Vencedores o Vencidos?, de Stanley Kramer

Uno recuerda un día de campo de aquel último año de universidad. Un día nublado. Uno recuerda una frase que es la mejor lección que se puede sacar de cinco años de carrera, ‘recuerda esto: la sangre hace pariente, la lealtad hace familia’. Aquello no lo escuché de un Jurista precisamente, lo escuché de alguien que fuma Ducados como si fueran a prohibirlo y que cuando brinda lo hace por la tierra.

Era un día duro de invierno, de los que gustan, de los que duelen, de los que dejan cicatriz -como los grandes amores-, any given sunday, que dirían los ingleses, y ahí estaba yo, poniendo epitafio sin saberlo a una andadura que valoro mas cada día que pasa.

Un Jurista debe estar preparado siempre para dos cosas: escuchar eso de ‘tú no lo entiendes’ y aquello de ‘a ver, tú que sabes de leyes’. Ambas sentencias son fruto del mismo pecado: una postura vehemente cuando se habla de la Ley como algo mutable pero intocable. Ya con los años, visto el panorama, debo tener el atrevimiento y osadía de saberme bendecido, de saberme tocado por el mismo dedo divino que están tocados todos los Juristas.

Una asignatura de Derecho en la que se depositan grandes esperanzas es Derecho y Cine. Quizás la asignatura lúdica que creo que ya no se imparte, básicamente porque dejó de existir aquel maravilloso invento de la Libre Configuración.

En aquella clase, cada viernes un profesor emblemático introducía y comentaba una película: Pérez Royo eligió Vidas Rebeldes de John Huston, introduciéndola como una buena muestra del choque de realidades en la América profunda de los 50, retratando a Clark Gable y a Montgomery Clift como meros patanes víctimas de sus circunstancias. El tiro le salió por la culata, pues todo el mundo quedó impresionado con el registro de Clark Gable y nadie se acuerda del registro de Norma Jean -Marilyn-, porque siempre hacía de sí misma.

El profesor Pérez Royo eligió aquella película maravillosa más por la lírica que por lo pragmático, y es que así son los Constitucionalistas: más líricos que pragmáticos. En otro de aquellos viernes, otro profesor eligió al mejor Paul Newman, al de Veredicto final.

El actor serio cabreado con la industria porque solo se fijaban en su físico. Un Quijote contra el mundo, el Newman de la madurez, el que volvía la vista atrás diciendo que el último apagara la luz.Quizás la mejor lección de aquellos viernes la dio el profesor Grosso, ‘prepárense cuando salgan ahí fuera: que ustedes no tienen ni idea, jóvenes’. En aquella sesión disertó sobre la influencia de los medios en la sociedad actual y lo hizo dejándonos sin pestañear.

El derecho se abría en aquellas sesiones de cine como un abanico metafísico en el que cabía todo el mundo y lo que se quisiere. ¿Lo que se echaba de menos? Jamás entenderé que en aquellas mañanas de viernes nadie eligiera proyectar Matar a un ruiseñor o ¿Vencedores o Vencidos?

El día de mañana me sentaré con mis hijos y les pondré en bucle esa escena de Matar a un ruiseñor en la que Gregory Peck se marcha de la sala mientras el público le observa de pie -a modo de reverencia- desde la tribuna. En ese instante pararé la escena y les diré ‘ese quería ser yo’.

Y es que, en un determinado momento durante la formación como Juristas, todos somos idealistas. A mí me tocó cuando conocí al profesor Carrillo Salcedo y sus relatos sobre Derecho Internacional Público. De él podría decir muchas cosas, la verdad más evidente: Nadie como él. Era una mezcla de Robert Mitchum y Laurence Olivier, esto es, invencible, indiscutible y el mejor. Porque era el mejor.

Tampoco entendí, con el paso de los años, que en aquellas sesiones a ni un solo profesor se le ocurriera traer al John Wayne de Centauros del desierto o plantar en aquellas mañanas de viernes la joya de La Corona: ‘¿Vencedores o Vencidos?’.

Aquella película de Stanley Kramer lo tenía todo: hombres miserables, hombres buenos, hombres brillantes, hombres resignados. El género humano en su máxima expresión, con un reparto encabezado por el mejor peor marido de Hollywood, Spencer Tracy, un Burt Lancaster excelso y Maximilian Schell, un vienés que a día de hoy me parece el mejor actor y mejor Abogado de la historia.

¿Vencedores o Vencidos? Es una película basada en los juicios de Nuremberg que debería ser obligatoria desde primaria. El personaje que interpreta Schell queda erigido como un emperador de la elocuencia cuya herramienta es el Derecho, sin artificios ni adornos, sin ponerse de perfil.

El Derecho, lo que hoy día parece un pecado: la argumentación jurídica. Un tratado de maneras y oratoria peligroso y apasionante. Peligroso por la interpretación de Schell y el elenco al completo, peligroso porque se llega a odiar al personaje de Schell por ser abogado de un criminal nazi pero apasionante porque hay que descubrirse ante su habilidad.

A Un Abogado no lo preparan para ser comprendido. No nos preparan para ser entendidos cuando argumentamos, la vida y las calles nos curten toga en ristre para sabernos Vencidos y siempre resurgir de las cenizas de la incomprensión. Gregory Peck y Maximilian Schell probablemente lo sabían, pero a estas alturas solo se lo evidente: Ante la duda, siempre me daré por pragmático y vencido. No hay salida, no debe haberla.

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...