(Continuación) Se estima que la fortuna del sevillano Nicolás Monardes Alfaro (1508-1588) pudo rondar los veinticinco millones de maravedíes, lo que era un auténtico fortunón para la época, sí, eran buenos tiempos para quien sin duda fue una de las personas que más beneficios obtuvo del comercio con América. Una actividad que se inició en 1553, al crear una compañía comercial junto a Juan Núñez de Herrera, agente comercial de la ciudad Nombre de Dios, allá en el istmo continental americano.
Actividad comercial trasatlántica
Del todo extraordinaria pues hacían negocio en los dos sentidos de la ruta y por doble motivo de mercancía. En el viaje de ida a ultramar iban los barcos cargados con esclavos africanos, marcados a fuego con la M de Monardes, para ser vendidos en Veracruz por un negrero al mejor precio. Y en el de retorno venían cargados con diversos productos del nuevo continente, con todo aquello que fuera rentable. De los medicinales, sólo el guayaco y la cañafístula merecían por su rentabilidad cargar las naves enteras sólo con ellos, el resto (palo santo, liquidámbar, bálsamos, cañafístula o raíz de Mechoacán) viajaban junto con otras muchas mercancías: maderas preciosas, especias, metales, piedras preciosas, plantas útiles en tintorería o la industria textil. Así que una mescolanza de oro, plata, perlas, esmeraldas, turquesas, papagayos, monos, leones, tigres, lana, algodón, cuero, azúcar, cochinilla, cobre, ébano, raíces, zumos, frutos, simientes o piedras medicinales se amontonaban en las naves.
Pero sobre todo eran plantas medicinales que Monardes replantaba y reproducía en su huerto-jardín de calle Sierpes, junto a otras especies procedentes de diferentes lugares del mundo, y que luego vendía a otros boticarios. Unas actividades comerciales que junto a la médica y la de escritor fueron el origen de su inmensa fortuna económica y su enorme prestigio científico y profesional, uno único y revolucionario hasta ese momento en una Europa renacentista. Un médico, científico, comerciante y potentado con claroscuros personales y profesionales, del que todo lo que sabemos hace pensar, llevó a cabo sin visitar nunca América; bien pensado se trataba de un largo viaje con demasiados riesgos por lo que la gente de su nivel social no solía realizar al no tener necesidad alguna. Todo lo que precisaban para llevar a cabo sus lucrativos negocios y transacciones era traído por sus representantes al puerto de la ciudad y, posteriormente, comercializados en la Casa de la Contratación de Indias, de la que eran clientes habituales. Abro paréntesis.
Presentismo histórico y literario
Lo hago en relación con los contenidos de los párrafos anteriores y su posible vínculo con el actual y perverso presentismo literario e histórico; un concepto entendido aquí como traducción literal del inglés ‘presentism’, según el cual, “en análisis literario e histórico, es la introducción anacrónica de ideas y perspectivas actuales en representaciones o interpretaciones del pasado”. Un neologismo errado, este de juzgar el pasado con el prisma del presente, que viene a ser un entretejer valores morales modernos en la lectura del pasado que, irremediablemente, conduce a un gravísimo error, el del presentismo. De modo que hay que ser especialmente cuidadoso a la hora de juzgar los acontecimientos y hechos del pasado, con los paradigmas del presente (juicios y valores), pues lo más probable es que terminemos distorsionando, de forma grave, la interpretación histórica objetiva de tales hechos.
Vista así, la concepción presentista de la Historia no es más que el triunfo de un provincianismo paleto con el que no puedo estar más en desacuerdo, una muestra de cómo mucha gente juzga y es capaz de violentar el pasado por no adaptarse a sus valores presentes. Parafraseando al físico, filósofo de la ciencia e historiador estadounidense Thomas Kuhn (1922-1996)en La Estructura de Revoluciones Científicas (1962), “hay que ser cuidadoso al juzgar el pasado con los paradigmas del presente”. Traigo esto a colación porque mi intención solo es la de establecer un diálogo entre el presente y el pasado, sin emisión alguna de un juicio de valor; por cierto, la palabra presentismo no está en el Diccionario de la Real Academia Española, vamos que es una de esas que en el procesador de texto pueden aparecer como mal escritas, ya sabe por dónde voy. Cierro paréntesis.
Cruz del Gran Catarro
Pero las circunstancias existenciales cambian con los tiempos y con ellos los sucedidos, y estos no fueron favorables a Monardes. Una década después de iniciar sus actividades trasatlánticas, entre 1565 y 1568 los negocios empezaron a marchar mal, lo que quebró en buena medida su fortuna y, para más inri, en 1577 enviudaba de su mujer Catalina y el negocio quebraba del todo.
Lo que le hizo ingresar en un convento para librarse de los acreedores, malos tiempos que fueron a peores porque unos años después tuvieron lugar los desgraciados sucedidos del Gran Catarro, para el que fueron requeridos por las autoridades de la ciudad sus servicios como médico, a pesar de que ya superaba los setenta años de edad.
Me refiero a la epidemia de peste que se declaró en Sevilla entre 1580 y 1582, un luctuoso sucedido del que conservamos un reconocimiento en nuestra ciudad, la Cruz del Gran Catarro. Por si no cae ahora, se encuentra en la Plaza de Doña Teresa Henríquez a espaldas de la iglesia de San Vicente, allá en el barrio homónimo; por cierto, no muy lejos de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos, EEAH, en la sevillana calle Alfonso XII.