(Continuación) Como ya se imagina, para los miles de muertos producidos por estas epidemias -este virus mataría en un solo año a unas 12 000 personas en la ciudad, un tercio de la población- se habilitaron cementerios en plazas y descampados cercanos a los templos. Unos enterramientos comunitarios de cadáveres, conocidos como carneros, donde eran apilados lo más pronto posible para evitar que la enfermedad se propagara a través del aire. Y uno de ellos se ubicó detrás de la iglesia de San Vicente en el espacio que hoy ocupa la recoleta plazuela, colocándose en ella una cruz para dejar constancia de este hecho y en recuerdo de sus víctimas.
Cruz del Gran Catarro. Original
Estaba realizada en piedra blanca, mármol, presentando una Piedad por la cara que daba al Oeste y un Crucificado por la que daba al Este y se colocó una vez que la enfermedad hubo remitido; en su base se grabó en latín: “Solamente a Dios. 1582. He aquí la Cruz del Señor. Huid demonios”. Es la misma cruz en la que, décadas después, a sus pies se situaría una lápida de mármol recordando otra epidemia, más grave y trágica aún que el Gran Catarro, y que se llevó a la mitad de los sevillanos, la peste bubónica de 1649. Casi dos siglos después, y por razones que no hacen al caso ahora, a inicios de los años cuarenta del siglo XIX, la cruz junto con otras de la ciudad fue retirada, desapareciendo muchas de ellas, aunque afortunadamente ésta se trasladó al interior del templo. De este modo el viejo crucero del siglo XVI, quizás uno de los más antiguos de Sevilla, quedó a salvo de las inclemencias del tiempo y los vándalos. Como recordará de los tiempos bachilleres, desde el punto de vista geológico el mármol es una roca metamórfica compacta, formada a partir de rocas calizas que alcanzan un alto grado de cristalización al haber estado sometidas a elevados valores de temperatura y presión; una roca en cuya composición química destaca el carbonato de calcio, CaCO3, con más del 90 % de su contenido.
Cruz del Gran Catarro. Réplica
También, siglo y medio después, vuelvo a la cruz, en 1982 se colocó una réplica hecha en resina, es la que podemos ver en la actualidad, de modo que la sensibilidad nos volvió a visitar en el siglo XX en forma de cruz. Por simetría divulgativa con la original le dejo una pincelada química sobre el material de la réplica, la resina. Como seguro sabe se trata de una secreción orgánica que producen muchas plantas, en especial los árboles coníferos, que les sirve de recubrimiento natural para defenderse de insectos y organismos patógenos. Desde el punto de vista químico las resinas naturales son una mezcla compleja de terpenos, ácidos resínicos, ácidos grasos, alcoholes o ésteres en una proporción que es propia de cada especie arbórea y lugar de origen. Una sustancia que, al ser muy valorada por sus propiedades químicas y sus múltiples aplicaciones, el hombre no tardó en producirla en el laboratorio, resinas sintéticas, con las mismas propiedades que las naturales.
Adendas monardinas: ¡Jesús! y cruz baratillera
Una es naturaleza literaria y forma parte del saber popular, seguro que la conoce, ¿por qué cuando alguien estornuda decimos ‘¡Jesús!’?, a que sí; pues bien, de ella la leyenda dice que empezó a utilizarse por esta época, pronunciándose inmediatamente después de cada estornudo, dicen, que para espantar el contagio; aquí la dejo por si algún lector la quiere recoger y remitirla con respuesta. Otra es de naturaleza urbanística, pertenece al mobiliario de la ciudad y se trata de un monolito rematado con una cruz en su parte superior, que guarda relación con la citada epidemia bubónica de 1649 que entró en Sevilla por África. Fue colocado en la segunda década de este siglo XXI, y por si no cae ahora en él, sirva de pista que viene a ser como una nueva Cruz del Baratillo, pero no en la línea de la de San Vicente. En cualquier caso, no se preocupe, pues a no mucho tardar vendrá a esta tribuna.
Una adenda más: la esclavitud
Estotra refiere a la esclavitud en España, práctica habitual en los reinos de la península ibérica durante la Edad Media, que pasó durante la Edad Moderna a las posesiones españolas en América hasta 1886 con la trata de esclavos africanos. Se estima que alrededor de un 22% de la trata transatlántica de esclavos tuvo como destino territorio hispano. Una esclavitud indígena cuya abolición pasó por diversas etapas: desde la parcial con las Leyes de Burgos en 1512, hasta las ya formales de 1886 en Cuba, si bien desde 1880 no se permitía la tenencia de nuevos esclavos, y de 1873 en Puerto Rico, derogada por la I República; pasando por la abolición en 1837 de todo tipo de esclavitud en la península ibérica, aunque de facto muchos esclavos fueron expropiados por el Estado y vendidos a Marruecos en 1766.
‘Memento mori’
“Recuerda que morirás”, es el latinajo que nos recuerda las limitaciones de la naturaleza humana, nuestra segura mortalidad, intentando que no caigamos en el pecado de la soberbia, una ardua tarea sin duda y frecuentemente abocada al fracaso. Humanos, al fin y al cabo. Por la documentación existente la terrible epidemia de peste Gran Catarro volvió en 1587, 1588 y 1589, tres años consecutivos, y atacó con mucha más crueldad a la ciudad de Sevilla y sus contornos. Y en ese ínterin, fallece nuestro protagonista, Nicolás Monardes Alfaro (1508-1588) (Continuará)