Con sus 1233 m de longitud, esta kilométrica calle está comprendida entre las dedicadas a Denis Papin -no confundir con el francés jorobado Pierres Papin (sic), quien poseía en la calle Sierpes una tienda de naipes, según reza en el azulejo cervantino de la fachada del Círculo Mercantil e Industrial- y a Diego Fernández de Córdoba. Cruzada entre otras por las dedicadas a Gregor J. Mendel, los Hermanos D’eluyar, Jacques Cousteau, Louis Braille o Marie Curie, algunas de las cuales ya han aparecido por estos predios y otras lo harán a no tardar, su ubicación le resultará ya más que familiar.

Se encuentra al NO de la ciudad, en unos terrenos conocidos como La Cartuja o la Isla de la Cartuja (41092), zona que recibió dicho nombre por encontrarse en su parte meridional el Monasterio de la Cartuja de Sevilla, antiguo monasterio cartujo de Santa María de las Cuevas. Un lugar que, en otro orden de asunto, el siglo pasado acogió a la Exposición Universal de Sevilla 1992 también conocida de forma popular como Expo ’92 o simplemente la Expo. Y sin más, vamos ya con el hombre que nos ocupa, Evangelista Torricelli (1608-1647), del que seguro sabe se le atribuye la invención del barómetro, la demostración de que el aire pesa y, quizás también sepa que sus aportaciones a la geometría fueron determinantes en el desarrollo del cálculo integral.

Evangelista Torricelli, 1608-1642

Físico y matemático italiano cuyos padres supieron ver el potencial intelectual del pequeño Evangelista y lo mandaron con su tío Jacobo, un fraile camaldulense que lo educó bajo su tutela y en 1627 lo mandó a Roma para que estudiara ciencias con el benedictino Benedetto Castelli (1579-1645), llamado por el papa Urbano VII para enseñar matemáticas en el colegio de la Sapienza y uno de los primeros discípulos de Galileo Galilei (1564-1642). Torricelli, conocedor de la obra del pisano y en concreto de su Discorsi e dimostrazioni matematiche, intorno a due nuove scienze (Discurso y demostración matemática, en torno a dos nuevas ciencias, 1638), se inspiró en él para el desarrollo de algunos de los principios mecánicos allí establecidos que recogió en su obra De motu (Acerca del movimiento).

Conocedor de estos trabajos, Castelli se puso en contacto con un anciano y ya casi ciego Galileo, que pasaba su arresto domiciliario en Arcetri, para mostrárselos y solicitarle que lo acogiera como pupilo; una propuesta que aceptó pero que, por distintas circunstancias, no se materializó hasta octubre de 1641. Por cierto, en este mismo año y como matemático, idea lo que se conoce como “cuerno de Gabriel” o “trompeta de Torricelli”, un sólido hiperbólico agudo de revolución generado por el giro de una rama de la hipérbola equilátera (y =1/x) alrededor de su asíntota. Una figura geométrica que tiene una propiedad singular, la de poseer un área lateral infinita pero un volumen finito, sí, toda una paradoja. Si se fija en las fechas, por desgracia solo ejerció de discípulo y amanuense unos tres meses, pues el sabio de Pisa murió en enero de 1642; aun así, su influencia sobre él fue más que notable como veremos.

Primero fue la bomba de agua. Aristóteles y el “horror vacui”

No resulta evidente y por tanto es quizás poco conocido que buena parte de las aportaciones científicas de Torricelli no tuvieron en principio nada que ver con la famosa existencia y medición de la presión atmosférica, sino con un problema algo más prosaico como es la necesidad de elevar agua de un pozo con la ayuda de una bomba hidráulica. Una práctica para elevar el agua de ríos, estanques o pozos que ya comenzaba a extenderse en las ciudades europeas del Renacimiento y cuyo funcionamiento era muy parecido al de las que, hasta no hace mucho, bueno algo sí, se veían en las casas. Consiste en un pistón accionado manualmente y ajustado a un cilindro metálico con un par de lengüetas de cuero que permiten o cierran el paso del agua según el recorrido del mismo.

Un fenómeno físico, el de bombeo de agua, que desde la física griega se atribuía a que la naturaleza no admite la existencia del vacío y se resiste a tolerar la ausencia de aire, de modo que no se concebía un espacio sin materia. Una idea que Aristóteles (384-322) plasmó en su horror vacui (miedo al vacío) del que hizo un principio absoluto; una hipótesis práctica pues permitía interpretar fenómenos cotidianos como el llenado de líquido de una jeringuilla, la absorción de un líquido con una paja o la dificultad para separar un fuelle cuando se impedía la entrada del aire. Sencillamente la naturaleza tiende a no dejar espacios vacíos, no soporta la ausencia de aire, vamos que tiene “miedo al vacío” por lo que lo llena del primer fluido a mano.

La bomba de agua. Galileo y el “horror vacui”

Ya Galileo había intentado explicar su funcionamiento a través de la fuerza ejercida por el aire, pero sin avanzar apenas pues seguía siendo muy alargada la sombra aristotélica del ‘horror vacui’, y con ella la idea de que no podía generarse vacío en el seno de la atmósfera. No obstante, perfeccionó el funcionamiento de estas bombas ofreciéndonos la primera referencia escrita de la imposibilidad física de elevar agua por medio de ellas (algo más de una decena de metros), un hecho que probablemente ya era conocido desde hacía tiempo. Además, pergeñó un par de interpretaciones para ello. (Continuará)

Catedrático de Física y Química jubilado. Autor del blog 'Enroque de Ciencia' (carlosroquesanchez@gmail.com)